Cuando el poder se va, la lealtad también. Y en política, cuando el barco se hunde, los capitanes suelen ser los primeros en saltar por la borda.
Hoy, buena parte del antiguo equipo cabecista —aquellos hombres y mujeres que se la jugaron por el exgobernador Francisco García Cabeza de Vaca— están pagando las consecuencias de haber sido piezas útiles, pero prescindibles.
El más reciente ejemplo es el exalcalde panista de Nuevo Laredo, Enrique Rivas Cuéllar, quien fue vinculado a proceso por un juez de control y enfrenta una medida cautelar de prisión preventiva justificada, tras ser acusado de corrupción.
La Fiscalía Anticorrupción sostiene que Rivas Cuéllar participó en la compra irregular de un predio para un centro de convenciones, en una operación que habría causado un quebranto al erario municipal por más de 66 millones de pesos.
El juez consideró que existe un alto riesgo de fuga, por lo que le dio 48 horas para someterse de manera voluntaria. Ese plazo venció a la medianoche de este martes. Dudamos que se entregue.
Y sin embargo, Rivas está solo. Ni una muestra de respaldo público. Ni un pronunciamiento de quienes antes lo rodeaban en las campañas o los mítines. Ni siquiera un tuit.
No es el único. El exsecretario de Bienestar Social, Rómulo Garza Martínez, lleva ya varios meses preso en el penal de Ciudad Victoria, también procesado por presuntos actos de corrupción en la compra de despensas.
A Rómulo, como a Rivas, el cabecismo ya le cerró la puerta. Hoy está en el olvido, pese a que fue uno de los operadores más leales del sexenio.
Hay otros cabecistas bajo proceso, como el exsecretario de Desarrollo Urbano y Medio Ambiente, Gilberto Estrella Hernández; el exsecretario de Educación y de Administración, Jesús Alberto Salazar; y la excontralora, Elda Aurora Viñas Herrera.
La constante en todos los casos es el abandono por parte del cabecismo. Ninguno ha recibido respaldo visible de su antiguo jefe político.
Y aún hay más. Quienes no han sido procesados, pero saben que tienen la espada de Damocles sobre la cabeza, han optado por el silencio y la sumisión.
Uno de ellos es el actual diputado local Gerardo Peña Flores. Su nombre aparece en varias carpetas de investigación, pero el fuero lo ha blindado… al menos hasta ahora.
Durante el sexenio cabecista, Peña fue secretario de Bienestar Social, presidente del Congreso, secretario general de Gobierno y diputado federal. Hoy se muestra dócil, prudente. Tal vez no por convicción, sino por conveniencia.
Queda claro que el aparato político que encabezó Cabeza de Vaca se está desmoronando. Sus operadores de confianza enfrentan procesos penales, y él, desde su autoexilio en Texas, se mantiene mudo.
Cabeza de Vaca huyó incluso antes de terminar su mandato, cuando ya se hablaba de una orden de aprehensión en su contra. Desde entonces, no ha regresado. Y tampoco ha movido un dedo por sus excolaboradores.
Otros cabecistas, como Jorge Espino Ascanio —el que fue su Auditor Superior del Estado— o el exfiscal anticorrupción Raúl Ramírez Castañeda, prefirieron renunciar antes que enfrentar la guillotina judicial.
Fueron leales mientras hubo poder. Cuando se apagó el reflector, cada quien buscó su propio salvavidas.
El único que aún se sostiene en su cargo —y no por fuerza propia— es Irving Barrios Mojica, fiscal general de justicia. Pero su permanencia, según se dice, obedece más a padrinazgos del centro del país que a méritos propios.
Así es la política. Cuando se reparten cargos, todos quieren estar. Cuando llegan las órdenes de aprehensión, nadie quiere responder el teléfono.
Hoy, muchos cabecistas están aprendiendo, a golpes, que en el ajedrez del poder, los peones caen primero. Y que el rey, cuando pierde la corona, también pierde la memoria.
El precio de la lealtad es alto. Pero el del abandono, es aún más cruel.
ASI ANDAN LAS COSAS.