La R-Evolución

Por Rodrigo Pérez


Hay de tormentas a tormentas, ejemplo, la que se vivió en Tamaulipas con Barry y la
que está azotando y azorando a los connacionales en el vecino país del norte.
De este lado de la frontera Barry azoto y con su fuerza inundaciones provocó,
carreteras cerro y arboles derribo. Mientras que el Presidente de Estados Unidos ya
anunció una ley con la cual una gran tormenta se les avecina a los migrantes.
Y es que, en pleno festejo por el 250 aniversario, en el Día de la Independencia de
Estados Unidos, Donald Trump celebraba con entusiasmo la aprobación de su “Gran y
Hermosa Ley Presupuestaria”, un nombre tan grandilocuente como la sombra que
proyecta. En esa ley se asignan 45 mil millones de dólares para reiniciar la
construcción del muro fronterizo, y otros 47 mil millones para reforzar las acciones del
Departamento de Seguridad Interior y la agencia ICE, encargada de detener y deportar
migrantes… no en la frontera, sino dentro de las ciudades, en los vecindarios en los
centros de trabajo, en las escuelas, en general en cualquier sitio donde haya un
mexicano o cualquier latino que llego a ese país de manera ilegal.
Esa sí que es una gran tormenta. No de agua, sino de miedo. No de viento, sino de
dura política. No de truenos, si de redadas, encarcelamientos y separación de familias.
Ambos acontecimientos reflejan un gran paralelismo entre la fuerza destructiva de una
tormenta natural como el huracán Barry y la tormenta política y cultural que representa
el regreso de una agenda migratoria agresiva como la que propone Donald Trump con
su nueva ley presupuestaria.
Y así como el huracán Barry barrió con árboles y caminos, la “hermosa ley” amenaza
con barrer con la dignidad de quienes han dado su vida trabajando del otro lado de la
frontera construyendo casas, cuidando niños, cocinando alimentos, manteniendo en pie
un país que muchas veces no los ve, hasta que decide perseguirlos.
Los señalamientos de analistas y organizaciones no se hicieron esperar. El analista
político Octavio Pescador advirtió que la deshumanización y el terror provocados por
las recientes redadas del ICE en Estados Unidos no son una casualidad, sino parte de
una estrategia calculada. Señaló que esta ofensiva forma parte de una “guerra cultural”
impulsada por el nativismo, una visión excluyente que repudia a quienes no encajan en
el ideal del “estadounidense perfecto”.
El diplomático Arturo Sarukhán definió la ley presupuestaria de Trump como un claro
ejemplo del “Hood Robin”, una inversión perversa del clásico Robin Hood: le quita a los
que menos tienen para beneficiar a los que más poseen. A diferencia del legendario
forajido que robaba a los ricos para dar a los pobres, esta política castiga a los más
vulnerables y premia a quienes ya concentran el poder y la riqueza, afectando
directamente a comunidades como la mexicana, tanto dentro como fuera del país.

Las voces de alarma no tardaron en llegar. El gobernador de Minnesota, Tim Walz,
advirtió con firmeza que el daño que esta ley provocará a Estados Unidos “nunca podrá
revertirse completamente”. Por su parte, Gavin Newsom, gobernador de California y
uno de los críticos más visibles del expresidente, calificó el despliegue de tropas como
una “fantasía desquiciada de un presidente dictatorial”, y como “un paso inequívoco
hacia el autoritarismo”.
La organización Human Rights Watch (HRW) también encendió las alertas, al señalar
que el plan fiscal de Trump no solo perpetúa, sino que amplía los recortes fiscales que
benefician desproporcionadamente a las familias más ricas, al tiempo que reduce
drásticamente el presupuesto destinado a salud y programas públicos fundamentales
para garantizar los derechos humanos.
Pero hay algo que ni las tormentas naturales ni las políticas pueden destruir: nuestras
raíces.
Porque, aunque arranquen un árbol, la tierra sigue fértil. Aunque cierren caminos, la
lluvia también da vida. Y aunque levanten muros, la cultura, la identidad, la sangre y el
corazón mexicano no se detienen en la frontera. Somos un pueblo que ha aprendido a
florecer en medio del lodo, a resistir con dignidad bajo el agua, a mantenerse firme aun
cuando el viento sopla en contra.
Porque ser mexicano no es un estatus migratorio, es una herencia que se porta con la
frente en alto y los pies bien firmes, incluso cuando el terreno tiembla.
Porque nuestros hermanos connacionales no se definen por documentos, sino por el
amor que resiste océanos, muros y tormentas.
Que esta guerra cultural sea un llamado a no olvidar lo que somos, a no caer en el
miedo ni en la resignación, a entender que cada ataque a nuestra gente es también
una oportunidad de fortalecer nuestras redes, nuestras voces y nuestra dignidad. Que
ni cualquier tormenta, por más “hermosa o agresiva” pueda derrumbar.