Rutinas y quimeras
Clara García Sáenz

De pronto se oscurecía el cielo y llovía, llovía y llovía, días y noches, oíamos decir a los
adultos que al parecer era un huracán que andaba cerca, calles lodosas, humedad en
todas partes. Muchos salían a las calles a mojarse con la lluvia, nos enterábamos de
que en alguna parte el río se había desbordado, una pared se había caído o alguien se
había ahogado; pero la rutina de los días seguía, íbamos a la escuela, los adultos al
trabajo, nadie abandonaba su trinchera. Zapatos mojados, pantalones de
brincacharcos, hules en la cabeza, lodo por todas partes, así eran los días de escuela
cuando éramos niños.
Pero ahora todo es pronóstico del tiempo difundido por los medios de
comunicación y redes sociales, que si es huracán, depresión, vaguada, onda tropical,
tormenta, ciclón o anticiclón, calima (término que se utiliza en España para las
tormentas de polvo). Con tanto término que ha venido a enriquecer nuestro lenguaje
climático nos preparan desde días y semanas antes de que llegue la lluvia, el frío, el
calor y el viento.
Recuerdo que cuando le decía a mi mamá que en los noticiarios anunciaban
lluvia ella contestaba “no te creas, quieren saber más que Dios” aunque siempre
platicaba que su papá y sus tíos tenían por costumbre ver el cielo y pronosticar si
llovería, haría viento o frío por la forma y el tamaño de las nubes.

Pero ahora no sólo sabemos que vendrá una tormenta, ola de calor o frío, bueno
hasta las arenas del Sahara o el “monzón” para hablar de lluvia abundante como en la
India. Sino también los comunicados oficiales empiezan a dar la pauta como parte de
las políticas de protección civil.
Si se trata de una tormenta o ciclón, sabemos por dónde viene, a que horas
pasará por nuestra casa, la velocidad del viento, cómo se llama y si es fuerte, muy
fuerte, peligroso, muy peligroso o fuera de serie según la escala Saffir-Simpson; pero
nunca o casi nunca se acierta, la gente sale a comprar pan dulce y empieza a
preguntar si se suspenderán las clases o el trabajo.
Tengo la impresión de que ahora nadie disfruta de la lluvia, todos cargan
paraguas, botas de plástico, no quieren mojarse y se escandalizan cuando alguien no
sigue las reglas del protocolo climático, no ve razones para suspender actividades o
simplemente se atreve a decir que es muy bonita la lluvia.
Todo ahora es espectáculo en las redes sociales, suben fotos y videos de ríos
crecidos, deslaves, cascadas espontáneas y afirman que es tal o cual lugar. Muchos
aprovechan para decir que son damnificados y ver si pueden sacar ganancia de ello, el
gobierno publica fotos y muchas fotos donde se la pasa reunido o haciendo
proselitismo entre los charcos y el lodo. La lluvia se volvió mediática, una oportunidad
para ausentase de las obligaciones escolares o laborales, hacer política, sacar raja,
contar cuentos en redes sociales.
Ahora que empieza la temporada de lluvia, recordemos la felicidad que nos daba
ver llover y salga a mojarse, olvídese de las redes, el pronóstico meteorológico y los

comunicados oficiales por un momento y mójese que al cabo, como decía el Papa Juan
Pablo II, no somos de azúcar. E-mail: [email protected]