CONFIDENCIAL.

Por Rogelio Rodríguez Mendoza.

Parece que, por fin, desde el Gobierno del Estado alguien se atrevió a mirar hacia el oscuro fondo de las Comapas… y no apartó la vista.

Y es que, por primera vez en mucho tiempo, hay señales claras de que podría estar gestándose una ofensiva real para desmontar uno de los entramados de corrupción más longevos y rentables del sistema político local: los organismos operadores del agua.

Una de esas señales es la iniciativa de reforma a la Ley de Aguas de Tamaulipas impulsada por Morena y sus aliados. Y aunque todavía está en papel, el contenido es como para levantar cejas… y alarmas.

La propuesta incluye la facultad para que la Contraloría Gubernamental designe comisarios en cada Comapa del estado. Un comisario, para decirlo en buen castellano, sería algo así como un policía interno con ojos de halcón sobre los dineros públicos.

Ya era hora. Porque hasta ahora, los gerentes de las Comapas se manejaban como virreyes: sin contrapesos, sin rendición de cuentas, y con las manos más cerca de la chequera que del tablero de control.

Y por si fuera poco, la iniciativa también plantea que quien aspire a dirigir una Comapa deberá tener experiencia técnica y capacidad probada. Se acabó –al menos en teoría– eso de entregar las gerencias al compadre, al operador electoral o al perdedor de una elección.

Porque no se equivoque: durante años, las Comapas han sido la antesala de muchas carreras políticas. Desde esas oficinas se financiaron campañas, se pagaron estructuras y se hicieron amarres rumbo a alcaldías, diputaciones… y hasta gubernaturas.

Hay quienes hicieron de la Comapa su trampolín y de sus recursos su alcancía personal. Y hoy, sin rubor, presumen trayectorias políticas construidas con agua… y con billetes ajenos.

Eso podría cambiar. Porque si la reforma avanza como está planteada, al menos se pondrán barreras legales que eviten que las gerencias sean botines de reparto entre partidos o cuotas de lealtad.

Otro acierto es la ampliación de facultades para la Secretaría de Recursos Hidráulicos. Hasta ahora, esa dependencia ha sido poco más que un espectador, mientras las Comapas se caían a pedazos o se manejaban como negocios particulares.

La reforma podría convertirla en un actor de peso, con margen para intervenir, supervisar y corregir cuando los organismos operadores se desvíen de su función esencial: dar agua, no ganar elecciones.

Y sí, hay otras reformas importantes en la iniciativa, pero esas son –a mi juicio– las más reveladoras de una voluntad política que antes no se veía ni por asomo.

Por eso digo que, al menos en el papel, parece que esta vez sí se quiere poner fin a los cotos de poder que significan las Comapas. Cotos que sirvieron para financiar fortunas personales y para enriquecer a generaciones enteras de políticos locales.

Porque, dígame usted, ¿conoce acaso a algún exgerente de Comapa que haya terminado en la ruina? Yo no. Y si usted conoce uno, pásenme su nombre para entrevistarlo… es una especie en extinción.

Basta con revisar el antes y el después de quienes pasaron por las Comapas de municipios grandes como Victoria, Reynosa, Matamoros o Tampico. La metamorfosis es digna de estudio: de burócratas modestos a prósperos empresarios de la noche a la mañana.

Lo cierto es que, si estas reformas se aplican en serio, el dinero podría empezar a alcanzar para lo que verdaderamente importa: renovar la infraestructura hidráulica, mejorar el servicio y dejar de perder hasta el 40% del agua, como hoy admiten las propias autoridades.

Porque esa pérdida no es casual. Es el resultado de redes podridas, tuberías vencidas y, sobre todo, de bolsillos llenos… pero no de agua.

Ojalá que esta vez no nos vendan humo. Porque el agua, al menos, ya se nos está escapando.

ASI ANDAN LAS COSAS.

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