Por Luis Enrique Arreola Vidal.
En la penumbra de un nuevo amanecer político en Estados Unidos, el rugido de Donald Trump vuelve a sacudir las fronteras del decoro y la humanidad.
El magnate ha regresado al poder no con propuestas, sino con amenazas.
No con puentes, sino con muros. No con visión de Estado, sino con odio vestido de política.
Otra vez, el mexicano es su blanco favorito. “Criminales”, “invasores”, “amenaza”.
Sus palabras ya no sorprenden, pero sí duelen. Porque cada insulto, cada redada, cada decreto, carga la intención de borrar la dignidad de millones que solo buscan vivir sin miedo, trabajar sin cadenas, y soñar sin ser perseguidos.
La historia se repite con más ferocidad. Deportaciones exprés, redadas masivas y la resurrección de un muro —físico, simbólico, ideológico— que no solo separa territorios, sino rompe familias y desangra esperanzas.
Esta vez, Trump no viene solo. Lo acompaña su artífice de políticas xenófobas: Stephen Miller, el ideólogo del supremacismo migratorio, y Tom Homan, el rostro endurecido del ICE.
Juntos planean reinstaurar un sistema que no solo persigue, sino que deshumaniza.
Frente a esta embestida, México no puede callar. Defender a nuestros paisanos no es un gesto de compasión: es un deber de Estado.
Es una cuestión de soberanía, de justicia y de supervivencia nacional.
I. EL GOLPE HUMANO
El primer golpe no es económico ni diplomático. Es humano.
Detrás de cada deportación hay un hijo que no verá a su madre, una niña que llorará en un centro de detención, una familia fracturada sin fecha de reencuentro.
Más de 5,500 familias fueron separadas por la política de “Tolerancia Cero” en 2018. Y con Trump de regreso, esa maquinaria vuelve a encenderse.
En 2019, el ICE detuvo a 510,000 personas. Hoy esa cifra amenaza con duplicarse. El objetivo es claro: infundir terror, debilitar comunidades y reducir al mexicano a una estadística desechable.
México debe actuar ya. No mañana, no cuando sea demasiado tarde.
Es hora de reconstruir nuestra red consular con enfoque de protección y defensa. De ampliar programas como “México te abraza”, que hoy más que nunca deben traducirse en asistencia legal inmediata, refugios, representación jurídica y dignidad restaurada. Porque ningún mexicano, esté donde esté, debe enfrentar solo la maquinaria del odio.
II. LA VERDAD ECONÓMICA
Trump miente. Y lo sabe.
Los mexicanos en EE.UU., documentados o no, no son una carga. Son un motor económico vital.
En 2022, según el Instituto de Política Migratoria, los indocumentados pagaron más de 96 mil millones de dólares en impuestos. En 2024, las remesas superaron los 58,500 millones, cifra que representa el 12% del PIB en estados como Michoacán, Zacatecas y Oaxaca.
Expulsarlos no solo devastaría a sus familias; sería un suicidio económico para ambos lados del muro.
La agricultura, la construcción, el servicio doméstico, el transporte y la industria alimentaria en EE.UU. dependen de ellos.
Defender a nuestros paisanos es defender la economía.
Es defender los lazos de una interdependencia que Trump, en su delirio de supremacía, se niega a aceptar.
III. EL FRENTE POLÍTICO
Pero no solo está en juego la humanidad o el dinero.
También está en juego la soberanía de México.
Trump ha amenazado con imponer aranceles del 25% y con declarar a los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas, un eufemismo para justificar posibles intervenciones militares encubiertas.
Esa línea no debe cruzarse. Ni por diplomacia, ni por “buena vecindad”, ni por presiones comerciales.
La presidenta Claudia Sheinbaum ha ofrecido un enfoque más estructural, basado en combatir las causas de la migración: pobreza, violencia, desigualdad.
Es una visión correcta, pero insuficiente si no va acompañada de firmeza diplomática.
La nueva política exterior de México debe hablar claro:
Nuestros migrantes no son moneda de cambio.
Ni botín político.
Ni escudos humanos para negociaciones comerciales.
IV. EL MURO QUE SÍ VALE LA PENA.
Trump puede construir mil muros más.
Pero el muro que México debe levantar no es de concreto, sino de solidaridad, resistencia y dignidad.
Un muro que proteja los derechos de los nuestros.
Un muro que impida que la vergüenza se instale en el silencio.
Porque cuando un presidente convierte en enemigos a millones por su origen, la respuesta no puede ser el silencio ni la sumisión.
Debe ser un grito de unidad, un gesto de defensa y una política de Estado.
Nuestros paisanos no están solos.
Son el corazón binacional de una nación que no se rinde, que no olvida, y que no permitirá que el odio se imponga al amor por la justicia.
México debe responder con un nuevo muro:
el muro de la dignidad.