La Comuna
José Ángel Solorio Martínez
Todo migrante en los Estados Unidos de América, legal o ilegal, vive para trabajar; no trabaja para vivir.
No es retórica.
Es la realidad.
Sin duda, es la mano de obra más calificada y barata que pueda existir en el amplio mercado laboral.
Trabajan hasta doce horas diarias para sobrevivir con los mínimos estándares humanos.
Viven, la mayoría, hacinados en departamentos en la periferia de las ciudades -promedio 800 dólares mensuales- ocupando por diez y hasta treinta, en esos lugares hechos para seis u ocho personas.
Por lo mismo su calidad de sueño es precaria. Su higiene, es similar.
La mayoría de esos compatriotas, residen al menos a 45 minutos de su centro de trabajo; la gran movilidad de las fuentes de ocupación, hace que ese tiempo, por lo general se agrande.
Es decir: tienen que robarle horas al sueño para llegar al trabajo. Si es en la zona urbana 8 o 9 de la mañana; si es la zona rural a las 5 o 6 de la madugada para ganarle al sol.
El almuerzo del migrante es sencillo y rápido -en USA, el tiempo es oro-: un burrito, 95 centavos y una coca: 1.25 dólares.
Las horas siguientes es trabajo rudo.
Muy rudo.
Los managers -usualmente gringos- vigilan que desquite el salario y no pierdan el tiempo.
La comida es igual de magra: un snicker -o dos- y una coca cola.
Ocho horas, más el tiempo extra, trabajando bajo un candente sol.
Ligero break, a la hora de los alimentos -que es mucho decir-; y otra vez vez a construir el sueño americano.
¿Cómo retornan a sus casas?
Hechos polvo.
A eso de las 5 o seis de la tarde regresan a su vivienda que asemeja un hormiguero: una multitud chocando, unos con otros, por la falta de espacio.
La alfombra es la cama de todos.
Por más que funcione el aire acondicionado, hay días que no da abasto por el calor colectivo que se desprende de los cuerpos.
La cena es la anarquía en la cocina.
Turnos de 4 o 5 personas para guisar blanquillos con jamón. Los primeros serán los primeros y los últimos serán los últimos, en cenar.
Y así pasa la vida del migrante en USA.
Lunes, martes, miércoles, jueves, viernes y sábado.
No puedes cambiar esa rutina sin afectar tu cheque.
Esa forma de producir, y de sobrevivir, le permite al trabajador, con gran sacrificio, enviar a su familia parte de su salario: un promedio, más menos, de mil 500 dólares a la semana.
Así ha sido por décadas.
El gobierno de Trump quiere cambiar ese mundo para empeorar, la calidad de vida del migrante.
Los trabajadores desean cambiar para mejorar.
Muchos buscan transformar su mundo: ser migrantes en sí, para ser migrantes para sí.