CONFIDENCIAL

Por ROGELIO RODRÍGUEZ MENDOZA.

Cada día queda más claro: el gobierno mexicano está actuando con una pasividad inaceptable frente a las embestidas de Donald Trump. Las recientes redadas migratorias en ciudades estadounidenses no solo expusieron la brutalidad con la que se trata a nuestros paisanos, sino también la vergonzosa debilidad de nuestra reacción.

Mientras agentes armados derriban puertas y arrestan familias enteras con una violencia desproporcionada, lo único que ha hecho el gobierno mexicano es lanzar un par de declaraciones tibias, aconsejar a los migrantes que “no opongan resistencia” , que no reaccionen con violencia, y confiar en que todo se calme solo.

¿Eso es todo lo que puede ofrecer un país que presume soberanía y defensa de sus ciudadanos?

La pregunta es inevitable: ¿a qué le teme México? Porque una cosa es la prudencia diplomática y otra, muy distinta, el servilismo disfrazado de diplomacia. Las señales de sumisión ya no se pueden esconder.

No solo no hemos respondido con contundencia a la oleada de deportaciones, tampoco lo hicimos frente al arancel del 50 % al acero y el aluminio. Ni un amago de presión o reclamo serio. Como si el gobierno mexicano tuviera pánico a incomodar al presidente estadounidense.

La respuesta ante los aranceles fue tan débil como predecible: una nota diplomática sin fuerza, un par de declaraciones técnicas y un silencio que duele más que los impuestos. Mientras Estados Unidos castiga, México agacha la cabeza y espera que no sea peor. Así no se negocia. Así se pierde.

Y ese temor tiene una sombra larga. ¿Será que Trump posee información delicada, obtenida por acuerdos con “capos” mexicanos extraditados, y que puede usarla para atacar a políticos de alto nivel en México, incluidos expresidentes? ¿Acaso el gobierno lo sabe y por eso se calla? ¿Estamos siendo gobernados desde Washington, bajo amenaza velada?

Ahí está el dato más revelador: hace apenas unas semanas, México entregó —sin objeción, sin negociación visible— a una veintena de narcotraficantes al gobierno estadounidense. Una operación “histórica”, según la Casa Blanca. ¿Y qué recibió México a cambio? Nada, salvo una palmadita en la espalda y más redadas.

Sumemos también el reforzamiento de la frontera sur con la Guardia Nacional, desplegada no para proteger a mexicanos, sino para contener migrantes por orden de Trump. Ya no somos solo un vecino útil; ahora somos brazo ejecutor de la política migratoria estadounidense.

La estrategia de sumisión es peligrosa. Trump no es un aliado ni un hombre de palabra. Es un político sin escrúpulos que actúa por conveniencia. Y si en algún momento le sirve encarcelar a políticos mexicanos o exhibir supuestos actos de corrupción con fines electorales, lo hará sin dudar. El zarpazo llegará, tarde o temprano.

México se está viendo débil. Patéticamente débil. No hay postura, no hay defensa de los nuestros, no hay una línea clara de dignidad nacional. Solo hay miedo. Y lo peor: ese miedo no impide que Trump avance, solo le facilita el camino.

La presidenta Claudia Sheinbaum debe entender que un país no se defiende con silencio. Se defiende con firmeza. Se defiende con diplomacia, sí, pero también con carácter. Pintar la raya con Trump no es un acto de confrontación, es un acto de respeto propio.

Hoy, México está siendo maltratado, arrinconado y usado. Y la reacción oficial ha sido una mezcla de complacencia y resignación. Como si fuéramos culpables de algo. Como si mereciéramos el castigo.

Trump no va a detenerse. Porque nunca se ha detenido. Porque cuando ve debilidad, arremete. Y ahora, lo que ve del lado mexicano es un vacío de coraje, de estrategia y de liderazgo internacional.

Por eso urge un golpe de timón. Urge decir basta. Urge recuperar el control del relato y de la dignidad. Porque si seguimos cediendo, pronto no quedará ni país ni orgullo que defender.

ASI ANDAN LAS COSAS.

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