Por Luis Enrique Arreola Vidal.
Pasó la tormenta. Pero lo que dejó no fue calma, sino resaca política, moral e institucional.
La elección judicial del 2 de junio no será recordada por la participación ciudadana, sino por el hedor a simulación que aún empantana las urnas, los discursos oficiales… y el alma del Estado.
Mientras los voceros del régimen se emborrachan con aplausos artificiales, la ciudadanía despierta con cruda democrática: fuimos llamados a un teatro donde el guion ya estaba escrito, los protagonistas elegidos y hasta los aplausos, prepagados.
En esa farsa escenificada como elección, hubo un actor que se robó —una vez más— la función:
los acordeones.
Papeles repartidos con descaro en colonias, casillas, grupos de WhatsApp y oficinas públicas. Listas prellenadas con los nombres que “por instrucción superior” debían marcarse.
Un método viejo, sí, pero aún vigente en el manual de la manipulación electoral.
Y aquí empieza lo verdaderamente podrido:
¿Quién manda en Tamaulipas?
Porque fue desde la oficina del Ejecutivo estatal que salió la orden directa: apoyar con todo una lista bendecida por el gobernador Américo Villarreal Anaya.
Y la operadora designada para ejecutar esta consigna fue Tania Gisela Contreras López.
Sin embargo, algo se quebró dentro del aparato.
El rector Dámaso Anaya y el secretario del Trabajo, Gerardo Illoldi Reyes —la famosa “pareja del año”— salieron con un acordeón distinto.
Así como lo lees.
En vez de acatar la línea oficial, imprimieron su propia receta. Promovieron nombres alternativos, marginaron a Contreras López y a David Cerda Zúñiga, e intentaron imponer su miniagenda desde las entrañas de la UAT y la Secretaría del Trabajo.
¿Autonomía o golpe interno?
¿Traición o demostración de fuerza?
Lo cierto es que fracasaron de forma escandalosa.
Prometieron 30,000 votos. Apenas juntaron 3,000.
Ni el 10%. Un bochorno que no sólo desnuda su ineficiencia, sino su desconexión absoluta con la realidad.
Quisieron jugar a operadores.
Terminaron exhibidos como burócratas sin respaldo, inflados de ego, vacíos de legitimidad.
Pero lo más grave no es su ridículo.
Es la fractura que esta elección confirmó: el colapso total de la división de poderes.
Porque aquí no hubo votación libre, ni imparcialidad judicial, ni respeto institucional.
Hubo una intervención brutal del Ejecutivo sobre el Judicial, vestida de democracia.
Esta no fue una elección.
Fue un aviso: quien no obedece, desaparece. Quien no se alinea, se sustituye.
Y aunque los aplaudidores del régimen intenten cantar victoria, la única ovación real fue el silencio ensordecedor del pueblo.
Esa abstención consciente que dijo más que mil boletas.
Esa negativa digna a convalidar un fraude con rostro legal.
Porque en democracia no hay triunfo si se vota con miedo. No hay legitimidad si se gana con trampa. No hay justicia si se elige con acordeones.
La historia no los absolverá.
Y nosotros no olvidaremos.
La próxima vez que nos convoquen a las urnas, ya no habrá confianza que depositar.
Solo la memoria de esta farsa…
y la certeza de que los acordeones del régimen no pueden silenciar la conciencia de un pueblo que ya despertó.