Golpe a golpe

Por Juan Sánchez Mendoza

En pasado sábado 7 de junio, se cumplieron 74 años de conmemorarse en México el Día de la Libertad de Expresión.

Fecha instaurada en 1951 por los editores de periódicos y el entonces presidente Miguel Alemán Valdés, con el fin de destacar la trascendencia de una prensa libre e independiente.

En pocas entidades del país la libre manifestación de ideas se respeta, en claro apego a los preceptos constitucionales.

Tamaulipas es un ejemplo de que la censura no tiene cabida.

Al menos en lo que respecta a la administración pública estatal, pues a la fecha y (desde el 30 de septiembre de 2022) en estas latitudes no se ha conocido un solo caso de periodistas perseguidos, acosados, agredidos o demandados en tribunales por difundir noticias, imágenes o comentarios sobre la actuación de las autoridades, aun cuando existen falsos comunicadores que anteponen el libertinaje a la libertad de expresión; y es a través de la diatriba, la difamación, la calumnia y el chantaje, como obtienen las prebendas que tanto desprecian los profesionales de la prensa.

En el pasado hubo varios casos de colegas domésticos ultimados en atentados o desaparecidos –cierto–, pero en los últimos años ninguno de los comunicadores ha sido víctima de esa barbarie por parte del gobierno y sí, en cambio, cuando se han dado situaciones de riesgo ha sido por la inseguridad pública generada por la cruenta guerra contra la delincuencia organizada que libra el Gobierno Federal.

De ahí que diga y sostenga que aquí, en la geografía tamaulipeca, no ocurre lo mismo que en otros estados, donde la alta burocracia es la que decide qué se publica en los medios impresos o qué se transmite en la radio y la televisión (locales).

Garante de esa libertad de prensa ha sido y es el mismo gobernador Américo Villarreal Anaya, por el respeto que siempre les han merecido, a él y a su coordinador de Comunicación Social, Francisco Cuéllar Cardona, el ejercicio periodístico, la crítica y sus semejantes.

Derecho inalterable

Bajo el mismo tenor, hoy le reitero que la libertad de expresión es un precepto constitucional que no se compra ni está en venta. Es el credo de los hombres comprometidos con la verdad. Un derecho que tenemos para comunicar, digna y serenamente, todo lo vano y útil que gira en nuestro entorno.

Sin embargo, hay individuos que no la admiten. Seres que la desprecian porque la verdad lacera. E irrita, cuando toca los puntos más vulnerables de la naturaleza humana.

La libertad de expresión alienta el misticismo de quienes hemos hecho del ejercicio periodístico nuestra razón de ser. Es la forma y el fondo de la objetividad. Pero muchas veces se le confunde con el libertinaje.

Y los encargados de prostituirla son, precisamente, aquellos que la utilizan para denostar y entrometerse en la vida privada de nuestros semejantes, o, simple y llanamente, para ensalzar las supuestas virtudes de sus amigos y hasta difamar a los que creen enemigos.

La libertad de expresión, incluso, cuando es mal entendida por la ignorancia inherente de quienes se ostentan como periodistas sin serlo, provoca que en ocasiones se confunda a los informadores éticos y profesionales con los mercenarios que al amparo de los artículos 6º y 7º constitucionales cometen todo tipo de fechorías.

Refiero esto porque mucho me desilusiona ver que, en Tamaulipas, como en otras entidades de la República Mexicana, hay (todavía) decenas de farsantes que usurpan la función de quienes ejercemos el periodismo puntualmente y lo consideramos todo un apostolado.

Ahí están los pasquines que avergüenzan al gremio; los rotativos que no alcanzan tirajes más allá de los 500 ejemplares; los ‘influencer’ que han brotado a granel o los cientos de facebookeros que, con sobrados recursos económicos, sólo sirven para proteger negocios de sus patrocinadores.

De cualquier forma, la libertad de expresión es harto generosa.

Tanto, que hay políticos y empresarios que hacen publicar sus mamotretos para espantar con el petate del muerto a sus adversarios y su interés de fondo está bien marcado: presionar a las autoridades gubernamentales, en sus tres niveles, en su codicia de usufructuar el poder por el poder mismo.

En contraparte, cuando el ejercicio periodístico antepone la ecuanimidad a cualquier otra utilidad ajena a la comunicación de masas, enorgullece a quienes lo practicamos día con día.

Más cuando sabemos que el oficio tiende a profesionalizarse, merced a la inquietud de algunos colegas por capacitar a los nuevos cuadros, pese a que existen profesionistas (no profesionales de la comunicación) que reclaman se les considere redentores del ejercicio periodístico, sin saber cómo plasmar una declaración o dar coherencia a sus comentarios, como ocurre también en muchos otros sectores de nuestra sociedad.

Por tanto, en la actualidad ya no se puede ni debe ser complaciente con quienes hacen mal uso de la libertad de expresión; y menos cuando éstos han envilecido el quehacer de la prensa y la utilizan para la comisión de ilícitos.

De ahí que paguen justos por pecadores y que haya quien todavía no sepa distinguir entre los practicantes de la libertad de prensa y el libertinaje.

¿Por desconocimiento real, omisión, o porque simple y llanamente le juegan al Tío Lolo?

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