CONFIDENCIAL
Por ROGELIO RODRÍGUEZ MENDOZA.
¿Ingenuidad o burla? No hay otra forma de calificar las declaraciones del vocal ejecutivo del INE en Tamaulipas, Sergio Iván Ruiz Castellot, quien asegura que repartir acordeones con listas de candidatos de la elección judicial no es ilegal… mientras no se usen para inducir el voto.
¿Y para qué cree el funcionario que se elaboran los acordeones? ¿Como estampitas coleccionables? ¿O como recordatorio de cumpleaños? El solo planteamiento es un insulto a la inteligencia ciudadana.
En cualquier escenario, lo dicho por Ruiz Castellot resulta vergonzoso. Y lo es más porque proviene de la máxima autoridad electoral en el estado, cuya principal función es velar por la equidad y legalidad del proceso.
Uno esperaría que el responsable del INE en Tamaulipas asumiera un papel activo, de firmeza, exhortando a cesar esas prácticas que, si bien pueden navegar por la ambigüedad legal, están claramente diseñadas para manipular.
Pero no. Prefirió minimizar el tema con una declaración que más parece ocurrencia de sobremesa que postura institucional. Una declaración cómoda, complaciente y, por desgracia, reveladora.
Porque lo que trasluce el silencio institucional frente a la distribución de esos “acordeones electorales” es la tolerancia disfrazada de neutralidad. El INE ha confundido la imparcialidad con la pasividad.
Y eso explica por qué su credibilidad se ha venido abajo como castillo de naipes. En menos de un sexenio, pasó de ser el árbitro confiable de la democracia, a convertirse en un espectador que pita lo que le conviene al gobierno en turno.
Hoy muchos mexicanos, y tamaulipecos también, ven al INE como un “árbitro vendido”. Un árbitro que permite que se juegue sucio, que no saca tarjetas, que se tapa los ojos ante las faltas evidentes.
Y si el INE huele a complicidad, sus órganos estatales, como el IETAM, no se quedan atrás. La confianza ciudadana se esfuma cuando los encargados de vigilar las elecciones se convierten en comparsas de los tramposos.
Es un hecho: la democracia no se rompe de golpe. Se deshilacha poco a poco. Y declaraciones como la de Ruiz Castellón son parte de ese proceso. Cada vez que un funcionario relativiza una práctica perversa, se erosiona un poco más la legitimidad del proceso electoral.
El daño no es menor. Cuando el ciudadano percibe que el árbitro está del lado del más fuerte, pierde el incentivo para participar. ¿Para qué votar, si ya todo parece pactado?
El reparto de acordeones es solo una muestra de las formas sofisticadas —pero burdas en su intención— con que se intenta manipular la voluntad popular. Que el titular del INE no lo vea, o diga que no lo ve, es una señal grave.
Grave porque legitima la trampa. Grave porque manda el mensaje de que todo está permitido, siempre que no haya flagrancia. Grave porque debilita al órgano electoral justo cuando debería reafirmar su independencia.
Ruiz Castellot debió ser claro, contundente. No solo advertir que la coacción del voto es delito, sino pedir a la ciudadanía que no se preste al juego sucio. Pero prefirió el matiz anodino. La tibieza burocrática.
Y en tiempos de polarización, la tibieza también toma partido.
ASI ANDAN LAS COSAS.