CONFIDENCIAL
Por ROGELIO RODRÍGUEZ MENDOZA
Por Rogelio Rodríguez Mendoza.
El proceso de elección judicial ha entrado formalmente en la etapa de “reflexión”. Así lo establece la ley electoral: tres días sin campañas, sin propaganda, sin proselitismo, para que el ciudadano decida con libertad y sin presiones a quién le entregará su voto.
Sin embargo, a diferencia de una elección convencional —donde se delibera entre candidaturas al Congreso, alcaldías o gubernaturas—, esta vez la reflexión será otra. La disyuntiva no gira en torno a por quién votar, sino a si se debe votar o no.
Esa es la verdadera pregunta que ronda en la conciencia de millones: ¿vale la pena acudir a las urnas este primero de junio? ¿Es legítimo legitimar lo que, a todas luces, nació torcido?
Cada ciudadano tendrá su propia respuesta. Y cada decisión será válida desde su individualidad. Yo no tengo autoridad moral ni jurídica para decirle qué hacer. Pero como columnista y ciudadano, sí tengo claro lo que yo haré: no voy a votar.
No es un acto de apatía. Mucho menos de indiferencia. Es, por el contrario, una postura de conciencia, una declaración de principios. No puedo convalidar con mi voto la mayor aberración constitucional que ha cometido este país en décadas.
Porque elegir por voto popular a los jueces, magistrados y ministros, no sólo contradice el espíritu republicano del artículo 49 de la Constitución. Es el golpe más severo contra la independencia judicial y la división de poderes.
Nos han vendido la elección judicial como una solución mágica a la corrupción. Como si cambiando personas, se transformaran las instituciones. Como si la impunidad fuera un asunto de casting y no de estructuras podridas.
¿De verdad alguien cree que por llevar toga y salir en carteles los futuros juzgadores serán más honestos? ¿O que el escrutinio de las urnas sustituirá al escrutinio constitucional? Es una tontería. Una ilusión peligrosa disfrazada de democracia.
Con esta reforma, el Poder Judicial se convierte en rehén de las mayorías, de las pasiones electorales, de los intereses políticos. Se borra la línea entre justicia y popularidad. Se premia el aplauso y se castiga el criterio.
Y lo más grave es que cuando los ciudadanos se den cuenta de ello, ya será demasiado tarde. Porque no habrá marcha atrás. Porque el daño será irreversible. Porque ya no habrá quién frene los excesos del Ejecutivo ni los atropellos del Legislativo.
La justicia, que debía ser imparcial, técnica y contrapeso, se nos convertirá en una arena de disputa ideológica. En un escenario de propaganda. En un espectáculo donde lo menos importante será la ley.
Habremos perdido el único poder que aún servía como muro de contención. El que, con sus fallas y lentitudes, a veces lograba frenar lo infrenable. El que detenía, cuando se podía, los abusos del poder.
No se equivoque: esto no es participación ciudadana, es manipulación institucional. No es democratización, es colonización judicial. Lo que viene será un país sin equilibrio. De mi se acuerda.
Me resisto a participar en ese simulacro. Y si eso me convierte en un escéptico, que así sea. Prefiero la crítica silenciosa de la abstención, que la complicidad disfrazada de boleta.
Porque hay momentos en que el verdadero acto de ciudadanía es no votar.
EL RESTO.
GATTÁS Y SU ESPOSA LLEVAN
BIENESTAR A ZONA RURAL
Con acciones concretas y no solo discursos, el alcalde Eduardo Gattás y su esposa Lucy de Gattás recorrieron la zona rural de Victoria llevando apoyos a las familias de los ejidos La Libertad, Misión y La Presa. Salud, bienestar y cercanía fueron los ejes de una jornada que refleja compromiso real con quienes más lo necesitan.
La entrega de insumos, atenciones médicas y detalles, como las bicicletas escolares, dejan claro que el gobierno municipal está presente donde más se requiere.
ASI ANDAN LAS COSAS.