Por Luis Enrique Arreola Vidal.
En un movimiento que raya entre lo tragicómico y lo maquiavélico, el Gobierno de Tamaulipas, encabezado por Américo Villarreal Anaya, ha logrado lo que parecía imposible: convertir una crisis de credibilidad, opacidad y uso cuestionable de recursos públicos en una obra maestra del absurdo mediático.
La cereza sobre el pastel de esta tragicomedia fue servida el 20 de mayo de 2025, cuando la presidenta estatal de Morena, Yuriria Iturbe, emergió como improvisada vocera institucional para defender el pago de 23.2 millones de pesos del erario al despacho privado Olea y Asociados.
Sí, leyeron bien: el partido justificando lo que debería explicar el gobierno.
Una fusión perfecta entre Estado y aparato partidista, donde ya no se distingue si quien habla lo hace por convicción, por consigna… o por contrato.
El video de Yuriria Iturbe es una joya de la comunicación involuntaria: no explica, no aclara, no informa.
Y precisamente por eso arrasó en redes sociales. Fue trending topic, objeto de parodias, memes, reacciones, doblajes y burlas.
En resumen, el gobierno logró lo que más anhela cualquier spin doctor: atención total.
Pero, ¿a qué costo?
La contratación del despacho no es menor. No se trata de asesoría rutinaria, sino de un bufete conocido por litigar en nombre de causas políticas y personajes de alto perfil, involucrado directamente en acciones judiciales contra el exgobernador Francisco García Cabeza de Vaca.
El problema no es la legalidad del contrato.
El problema es el trasfondo político, el uso del presupuesto para resolver vendettas personales, y la burda justificación pública que insulta la inteligencia ciudadana.
Tamaulipas no contrató abogados. Contrató impunidad personalizada.
Mientras eso ocurre, el aparato de comunicación del Estado decide no informar, sino recitar.
Y cuando se le cuestiona, no responde: lanza videos con su rostro en el sonrisas de partido y respuestas huecas sin decir nada.
Cada comunicado oficial es un retrato de soberbia.
Cada defensa mediática es una confesión involuntaria.
Cada silencio institucional es un grito de culpabilidad.
El triunfo comunicativo del gobierno es, en realidad, una victoria del cinismo.
Han logrado que el pueblo hable de ellos no por sus obras, sino por sus justificaciones.
Han transformado una crisis de ética pública en un circo romano donde el pueblo mira… y se ríe para no llorar.
Y aún más grave: han enseñado a toda una generación de funcionarios que mientras tengas un video bonito, no necesitas rendir cuentas.
Que la forma es suficiente, aunque el fondo esté podrido.
¿Dónde están las prioridades?
Mientras 23 millones van a litigios diseñados en la comodidad de despachos de lujo, los hospitales siguen sin medicinas, las madres siguen buscando a sus hijos desaparecidos y las universidades públicas —como la UAT— enfrentan escándalos de corrupción y talas ilegales sin respuesta.
¿Este es el nuevo humanismo mexicano? ¿O la nueva hipocresía institucional?
El gobernador Américo Villarreal parece no entender que los tiempos han cambiado.
Que ya no basta con hablar de “transformación” cuando la realidad está siendo saqueada con recibo oficial.
Que no se puede esconder detrás de partidos ni de voceros de ocasión.
Porque en política, la justificación no pedida… es culpabilidad manifiesta.
Y en comunicación de crisis, convertir el ridículo en espectáculo puede ser rentable en clicks, pero devastador en credibilidad.
Tamaulipas no necesita más videos ni más justificaciones.
Necesita un gobierno que deje de litigar sus miedos y comience a gobernar sus realidades.
Mientras tanto, que siga el show.
Porque el mundo ya no solo está mirando…
También está tomando nota.
Y con cada montaje, cada ataque a la prensa y cada intento de disfrazar la opacidad como estrategia, se fortalece una verdad nacional: los periodistas —como Héctor de Mauleón— no están solos, y los gobiernos que intentan coaccionar a las instituciones electorales y amordazar la crítica se exhiben más que nunca ante la historia. ya no se distingue si quien habla lo hace por convicción, por consigna… o por contrato.
El video de Yuriria Iturbe es una joya de la comunicación involuntaria: no explica, no aclara, no informa.
Y precisamente por eso arrasó en redes sociales. Fue trending topic, objeto de parodias, memes, reacciones, doblajes y burlas.
En resumen, el gobierno logró lo que más anhela cualquier spin doctor: atención total.
Pero, ¿a qué costo?
La contratación del despacho no es menor. No se trata de asesoría rutinaria, sino de un bufete conocido por litigar en nombre de causas políticas y personajes de alto perfil, involucrado directamente en acciones judiciales contra el exgobernador Francisco García Cabeza de Vaca.
El problema no es la legalidad del contrato.
El problema es el trasfondo político, el uso del presupuesto para resolver vendettas personales, y la burda justificación pública que insulta la inteligencia ciudadana.
Tamaulipas no contrató abogados. Contrató impunidad personalizada.
Mientras eso ocurre, el aparato de comunicación del Estado decide no informar, sino recitar.
Y cuando se le cuestiona, no responde: lanza videos con su rostro en el sonrisas de partido y respuestas huecas sin decir nada.
Cada comunicado oficial es un retrato de soberbia.
Cada defensa mediática es una confesión involuntaria.
Cada silencio institucional es un grito de culpabilidad.
El triunfo comunicativo del gobierno es, en realidad, una victoria del cinismo.
Han logrado que el pueblo hable de ellos no por sus obras, sino por sus justificaciones.
Han transformado una crisis de ética pública en un circo romano donde el pueblo mira… y se ríe para no llorar.
Y aún más grave: han enseñado a toda una generación de funcionarios que mientras tengas un video bonito, no necesitas rendir cuentas.
Que la forma es suficiente, aunque el fondo esté podrido.
¿Dónde están las prioridades?
Mientras 23 millones van a litigios diseñados en la comodidad de despachos de lujo, los hospitales siguen sin medicinas, las madres siguen buscando a sus hijos desaparecidos y las universidades públicas —como la UAT— enfrentan escándalos de corrupción y talas ilegales sin respuesta.
¿Este es el nuevo humanismo mexicano? ¿O la nueva hipocresía institucional?
El gobernador Américo Villarreal parece no entender que los tiempos han cambiado.
Que ya no basta con hablar de “transformación” cuando la realidad está siendo saqueada con recibo oficial.
Que no se puede esconder detrás de partidos ni de voceros de ocasión.
Porque en política, la justificación no pedida… es culpabilidad manifiesta.
Y en comunicación de crisis, convertir el ridículo en espectáculo puede ser rentable en clicks, pero devastador en credibilidad.
Tamaulipas no necesita más videos ni más justificaciones.
Necesita un gobierno que deje de litigar sus miedos y comience a gobernar sus realidades.
Mientras tanto, que siga el show.
Porque el mundo ya no solo está mirando…
También está tomando nota.
Y con cada montaje, cada ataque a la prensa y cada intento de disfrazar la opacidad como estrategia, se fortalece una verdad nacional: los periodistas —como Héctor de Mauleón— no están solos, y los gobiernos que intentan coaccionar a las instituciones electorales y amordazar la crítica se exhiben más que nunca ante la historia.