Rutinas y quimeras
Clara García Sáenz
Humo negro, humo blanco, el mundo viendo hacia una sola dirección, la chimenea
improvisada de la capilla Sixtina, las apuesta, una inmensa multitud opinando en los
medios como expertos vaticanistas, los comentaristas en televisión explicado hasta el
cansancio todo el procedimiento para la elección del Papa.
Occidente extasiado ante una Iglesia Católica que se levanta frente a los ojos
incrédulos como la institución más antigua del mundo, eligiendo a su líder con un método
de larga tradición: el Cónclave.
En una cultura líquida, como la que vivimos en el presente, donde todo es
desechable, permeable, inmediato, el mundo secular intenta medir y explicar sin entender
lo que sucede en el Vaticano. Se repasan todos los escenarios, se revisan todas las
ideologías, se analizan todas las corrientes, se ponderan todas las declaraciones y se
intenta comprender lo que no entenderá quien desde su ignorancia y carencia de fe juzga
con los valores terrenales.
Que, si el Cónclave durará uno, dos tres o mil días, eso nadie lo sabe, pero gran
desilusión se llevó con la primera fumata negra el inmediatismo de nuestra sociedad que
exige “ya” humo blanco, de no ser así, dicen “los expertos”, entonces eso significará que
“hay división”, que existen “grandes desacuerdo”. Y al siguiente día de iniciado el
Cónclave hacen su apareció los grupos radicales, un de mujeres que llevan a la plaza de
San Pedro la fumata rosa para “exigir la presencia de las mujeres en el purpurado”, otros
más en los medios de comunicación cuestionando a la Iglesia Católica por ser patriarcal,
jerárquica y autoritaria, sin faltar los que le exigen reconocimiento a la unión gay, el aborto
y el sacerdocio de mujeres.
En ese escenario, todos los católicos practicantes estamos orando para que el
Espíritu Santo ilumine a los cardenales y elijan desde su corazón sincero a quien les
parezca tiene las cualidades que la Iglesia necesita. No las que desea la sociedad secular
y atea, no las que desean los grupos radicales, no las que consideran los opinadores de
los medios de comunicación.
Y sea quien sea elegido, poco importará su nacionalidad, su corriente de
pensamiento, su color de piel o sus pecados, porque para los católicos, él será el sucesor
de Pedro, cabeza de una iglesia que se mantiene unida tanto por la tradición y la doctrina,
dos cosas que no han cambiado en lo fundamental en más de mil años.
A los católicos ni nos importa si el Cónclave dura uno o 100 días, si es éste o
aquel, porque son sucesos pasajeros en nuestro peregrinar por la tierra, oramos,
confiamos y aceptamos en un acto de profunda fe la decisión final. Además de ser bíblico
“Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y los poderes del
infierno no prevalecerán contra ella.”
Ante los ojos de lo mundano resulta incompresible muchas acciones de la Iglesia
Católica, pecadora sí pero también Santa, humana sí, pero también celestial y peregrina,
siempre presente para consolar, ayudar e inspirar a quienes buscan a Dios. Por que entre
1, 400 millones de católicos, hay buenos, malos, pecadores, santos, pobres, ricos y hasta
creyentes y ateos. En estos momentos de “intriga” para muchos, podemos ver que la
Iglesia Católica goza de cabal salud, sigue paralizando a Occidente con sus decisiones,
su sucesión, su pompa, su tradición, que encanta al mundo y lo mantiene expectante.
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