DE PRIMERA ……LA DAMA DE LA NOTICIA
ARABELA GARCIA …
¿Qué clase de país hemos construido si nuestros niños prefieren marchar que celebrar?
Columna de Opinión
En Sinaloa, más de 20 niñas y niños con familiares desaparecidos tomaron las calles el Día del
Niño. No fue una marcha simbólica, ni un acto político disfrazado de ternura. Fue una protesta
auténtica, dolorosa, impulsada por una infancia que ha tenido que madurar a la fuerza, porque el
Estado —ese que debería protegerlos— les ha fallado sistemáticamente.
En lugar de juegos y piñatas, estos pequeños portaban pancartas con las fotos de sus seres
queridos. Iker, disfrazado de Hombre Araña, exigía que aparezcan todos los papás, tíos y hermanos
que faltan. Brayan, entre lágrimas, pidió conocer a un tío que desapareció hace nueve años. Son
niños que crecieron con ausencias, con preguntas sin respuestas, con expedientes empolvados
que los fiscales apenas hojean una vez al año para justificar su sueldo.
La Fiscalía de Sinaloa, en un acto que raya en lo grotesco, organizó una «celebración» tras la
marcha. Los recibió con dulces y botargas, como si el dolor se pudiera disfrazar con pintura
infantil. Les prometieron ser escuchados, como cada año, mientras repiten el mismo libreto
institucional: “el Semefo está saturado, los peritos no se dan abasto, el laboratorio genético tiene
mucha carga de trabajo”. Lo que no dicen es que el compromiso está agotado, la empatía en
extinción y la voluntad política, desaparecida como tantos otros.
Niñez perdida: los niños ya no juegan, buscan justicia
En Sinaloa, los más pequeños prefieren protestar antes que celebrar. ¿En qué momento
permitimos esto?
Lo que más duele es que los niños lo saben. Ya aprendieron a no confiar. A no esperar. A no
ilusionarse. Porque han visto cómo sus madres buscan en fosas clandestinas lo que el gobierno
nunca encontró. Porque crecieron en medio de la descomposición de un sistema que los dejó
huérfanos no solo de familia, sino de justicia.
Esta no es la vida que soñamos para ellos. Después del confinamiento por la pandemia, ahora
viven un encierro emocional dictado por la inseguridad. No estamos formando futuros líderes,
estamos criando jóvenes resentidos, fracturados, con miedo, con rabia y con una herida que no
cierra. ¿Ese es el país que queremos heredarles?
La seguridad que piden no es abstracta: es la que le arrebató a un ser querido. Es la que los tiene
viviendo en la incertidumbre, en la tristeza, en el abandono institucional. Los gobiernos de los tres
niveles deben asumir su responsabilidad con urgencia. Porque cada niño que marcha hoy es el
reflejo de un sistema que colapsó.
Y si este es el mundo que les estamos construyendo, debería darnos vergüenza. Vergüenza como
sociedad, vergüenza como adultos, vergüenza como país. Porque si un niño tiene que protestar
para pedir justicia, el verdadero desaparecido aquí no es solo su familiar. El verdadero
desaparecido es el Estado.
Se tiene que decir que nos quejamos de todo y nosotros mismos estamos acabando con todo
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