Por Luis Enrique Arreola Vidal.
Mario Vargas Llosa no exageró cuando llamó al PRI del siglo XX “la dictadura perfecta”.
Porque lo fue: dominó México durante siete décadas disfrazado de democracia.
Mantuvo elecciones amañadas, compró conciencias, controló sindicatos, silenció medios, reprimió opositores y vendió como justicia lo que era sumisión.
Un régimen que se decía revolucionario, pero se comportaba como una maquinaria de control total.
Hoy, ese monstruo de mil cabezas no ha muerto. Se recicló.
Cambió el logotipo, el tono del discurso, el nombre del líder.
Pero conserva los mismos genes.
Y su nuevo rostro se llama Morena.
Morena: el PRI recargado.
El viejo PRI organizaba a México en sectores: obreros, campesinos, burócratas, empresarios… todos bajo el yugo del corporativismo institucionalizado.
La CTM, la CNOP, la CNC eran brazos de control más que de representación.
Hoy, Morena repite la fórmula con sus “Servidores de la Nación”, CATEM, padrones de beneficiarios, y programas sociales administrados desde Palacio Nacional con calendario electoral.
En 2024, el presupuesto para bienestar alcanzó los 600 mil millones de pesos. ¿Justicia social? Sí. ¿Uso clientelar? También.
Los programas sociales han ayudado a millones, pero su politización amenaza su legitimidad: no están diseñados para empoderar ciudadanos, sino para producir votantes fieles.
Medios y propaganda: del noticiero a las redes sociales.
Ayer fue Televisa; hoy es Epigmenio, La Jornada, influencers de la 4T, y “youtubers de la esperanza”.
Donde el PRI compraba lealtades con contratos, Morena reparte beneficios digitales.
Donde antes el control se ejercía con censura, hoy se hace con señalamiento público desde el púlpito presidencial.
La “mañanera” no es informe de gobierno: es acto de propaganda.
Según Artículo 19, en 2023 se detectaron estrategias coordinadas de comunicación oficial para desinformar y atacar a críticos.
La UIF, el SAT y la FGR no solo investigan delincuentes: se usan como bisturís políticos contra periodistas, jueces y opositores.
No hay tanques ni halcones. Hay carpetas, auditorías selectivas y linchamientos digitales.
La represión ya no se esconde: se transmite en vivo.
Elecciones bajo sospecha.
1988: “se cayó el sistema” y Carlos Salinas fue ungido con un fraude.
2025: Morena promueve reformas para debilitar al INE, al Tribunal Electoral y al Poder Judicial.
Freedom House ha alertado sobre el riesgo de captura institucional.
No se trata solo de ganar elecciones, sino de asegurar que nadie más pueda ganarlas.
El PRI usaba a Pemex para financiar campañas. Morena lo hace con obras sin licitación, fideicomisos oscuros, y programas sociales usados como moneda electoral.
Pemex: del símbolo a la deuda.
El nacionalismo petrolero fue emblema del PRI, pero también su botín. Hoy, Morena insiste en ese guion.
Pemex tiene una deuda superior a 100 mil millones de dólares, según Moody’s, y proyectos como Dos Bocas se han convertido en monumentos a la ineficiencia y el sobrecosto.
Pemex ya no representa soberanía.
Representa opacidad, derroche… y nostalgia mal entendida.
Zedillo: el reformador que advirtió el regreso.
Ernesto Zedillo intentó romper el ciclo autoritario:
Dio autonomía al Banco de México, creó el IFE ciudadano, impulsó la transparencia fiscal y abrió la puerta a la alternancia política.
Sí, el Fobaproa manchó su legado. Pero también sentó las bases para que el voto contara y el poder se distribuyera.
En abril de 2025, Zedillo advirtió en Letras Libres que Morena intenta instaurar un “régimen tiránico” al desmantelar el equilibrio entre poderes.
Sus palabras no son nostalgia tecnócrata.
Son la voz de una generación que padeció lo que ahora está regresando.
Morena no transforma: restaura.
Morena no es un nuevo partido.
Es la reencarnación perfeccionada del viejo PRI, pero sin sus límites, sin su decoro, sin su necesidad de disimulo.
Donde el PRI cooptaba con discreción, Morena lo hace con descaro.
Donde el PRI reprimía por necesidad, Morena lo hace por convicción.
Morena no enterró al PRI.
Lo desenterró, lo revivió y lo disfrazó de pueblo.
El peligro no es el pasado. Es repetirlo.
La democracia mexicana no cuelga de un hilo por la oposición ni por los errores del INE.
Está en riesgo porque el poder ha aprendido a simular la pluralidad mientras destruye los contrapesos.
Y cuando un régimen concentra todo el poder, criminaliza la crítica y desaparece los equilibrios…
Ya no es un gobierno. Es una dictadura en construcción.
Zedillo intentó fracturar ese sistema.
Hoy, nuestra responsabilidad es impedir que se reconstruya.
Porque si no aprendemos de la historia, la vamos a vivir… en cadena nacional.