Por Luis Enrique Arreola Vidal

En Tamaulipas, el saqueo ya no usa pasamontañas: usa toga, firma oficios, y se toma selfies mientras infla el presupuesto como si fuera globo de fiesta.

Bienvenidos a “Divertilandia UAT”, el nuevo parque temático del cinismo universitario, operado por el director de la Facultad de Comercio y Administración, Gerardo “el Pity” Delgado, quien encontró la fórmula perfecta para convertir la educación superior en negocio familiar: repartir contratos millonarios —con dinero de la universidad— a la empresa de su esposa, Lucero Arriaga Mercado, llamada con toda desfachatez Divertiland Inflables.

Sí, así como lo lee: una empresa de inflables facturando a una universidad pública.
¿Educación? No.
¿Ciencia? Menos.
¿Corrupción con forma de castillo inflable? Exactamente.

Pero no se detiene ahí la tragicomedia.

La Dirección de Estudios Sectoriales de la propia UAT —esa que se supone investiga fenómenos sociales— enlistó a Divertiland como su “aliado institucional”. ¿Aliado de qué? ¿De la investigación académica o del reparto discrecional de recursos públicos?

La respuesta está en redes sociales, donde con olímpico descaro se presumen estos contratos como si fueran logros académicos y no robos institucionales.

¿Y la contraloría?
¿Y el rector?
¿Y el gobernador Américo Villarreal, que prometió limpiar el sistema?
¿También él se fue de pinta al brincolín?

La podredumbre no solo es moral, es estructural.

“El Pity” Delgado no actúa en soledad. Tiene vínculos con el panismo de César “el Truco” Verástegui, y su esposa ya tenía cancha: cobraba en la Contraloría del gobierno de Cabeza de Vaca, mientras hoy se embolsa los dineros universitarios sin rubor ni consecuencia.

Y como en todo mal chiste político de Tamaulipas, falta el “plot twist”: quiere ser rector de la UAT en 2026.

Así como lo hizo Egidio Torre con la Secretaría de Salud, el Pity sueña con convertir toda la Universidad en un inflable gigante: sin control, sin ética y sin rendición de cuentas. ¿Y tú creías que el payaso eras tú?

Porque mientras los estudiantes de la UAT venden burritos, rifan AirPods y hacen colectas para pagar sus prácticas profesionales, hay quienes con una sonrisa de látex y una nómina inflada, convierten el erario en parque de diversiones familiar.

Esto no es un caso aislado.
Esto es la universidad convertida en agencia de eventos infantiles… con cargo al pueblo.

Y eso, en cualquier idioma, con cualquier rector y bajo cualquier Constitución,
se llama ROBO.