Por Luis Enrique Arreola Vidal.
Todos recordamos aquella escena brutal de El Padrino. Jack Woltz, magnate de Hollywood, se niega a darle el papel estelar a Johnny Fontane, ahijado de Don Vito Corleone. El Consigliere de la familia, Tom Hagen, viaja a su mansión para hacerle una advertencia disfrazada de propuesta.
Woltz, entre arrogancia y desdén, presume su joya más preciada: un semental pura sangre por el que pagó 600 mil dólares —una cifra astronómica en 1950, que ni los zares rusos se habrían atrevido a pagar por un solo caballo.
Al amanecer, la escena cambia para siempre: la cabeza decapitada del animal yace ensangrentada sobre las sábanas de lino blanco. El mensaje fue claro. El precio del no poder fue la pérdida.
Pero hoy, 70 años después, la historia sería distinta.
Con la tecnología actual, la muerte de aquel caballo no habría sido el final, sino apenas un contratiempo logístico. Bastaría con haber congelado su ADN. Bastaría con 15 dólares mensuales para mantener su código genético preservado a -196 grados Celsius, como lo hace actualmente Gemini Genetics, una empresa con sede en Londres que almacena el material genético de mascotas y caballos de élite.
Hoy, clonar un perro o un gato cuesta 15,000 dólares. Un caballo de competición, entre 50,000 y 85,000.
No hablamos de copiar un cuerpo. Hablamos de replicar una vida. De desafiar la muerte y devolver la existencia por encargo.
Si esa tecnología hubiera existido en los tiempos de Jack Woltz, su ira habría sido menor, su pérdida relativa… y la escena más icónica del cine quizás no hubiera existido.
Habría llamado a su laboratorio, no a la policía.
El caballo, ese símbolo de poder, habría regresado.
Idéntico. Impecable. Inmortal.
Pero ese privilegio, claro, sigue reservado para quienes pueden pagar por desafiar el olvido.
Porque mientras millones en el mundo no pueden pagar una vacuna, otros preservan el ADN de sus mascotas como un seguro contra el tiempo. Porque mientras debatimos sobre el derecho a morir con dignidad, hay quienes invierten en asegurar que lo que aman jamás muera del todo.
La pregunta ya no es cuánto vale un caballo.
La pregunta es cuánto vale para ti no perderlo nunca.
Y esa, como diría Don Corleone, es una propuesta que no todos podrán rechazar.