La Comuna

José Ángel Solorio Martínez

La tragedia de Reynosa, Tamaulipas tiene años incubándose. Al menos tres de las áreas de la ciudad –en forma irresponsable– han sido obstruidas con la venia de la autoridad: al poniente del estado de béisbol, la zona de hospitales al lado derecho del puente Reynosa-Hidalgo y la zona colindante al dren de las mujeres.
Esas tres partes de la ciudad se han convertido en grandes tapones que impiden el cauce natural de tales superficies hacia el río Bravo.
¿Quién otorgó el permiso para construir en esos predios?
¿Quiénes son los beneficiarios de esa barbaridad oficial?
Esas obstrucciones, no sólo inundó el norte de la ciudad; también provocó –en parte– la gran desgracia que están viviendo en las Jarachinas.
Criminal es poco, para describir las decisiones de los gobiernos municipales que permitieron habitar esos lugares que ahora se sabe, son trampas trágicas para quienes ahí se asentaron.
Desde hace más de sesenta años, los gobiernos municipales han hecho cada cual lo suyo. Ese robo hormiga de terrenos, se ha transformado en uno de los principales excesos de los alcaldes y se ha convertido en una de las principales amenazas para miles de reynosenses.
Es increíble, como las malas acciones de unos cuantos, puede lastimar a tantos.
Cientos de miles de reynosenses, son damnificados.
Algunos lo perdieron todo.
La dimensión del siniestro rebasó a toda autoridad.
Es tiempo de actuar, con ánimo de rectificar.
Pensar incluso, en la expropiación por causa de interés público, de algunos terrenos que cancelan el paso de las aguas en su cauce hacia el río Bravo.
Sí: se requieren a grandes males, grandes remedios.
Responder a la insensatez del pasado, con la cordura en el presente.
No se trata de dañar la propiedad privada; no, de ninguna manera. Es el regreso a la legalidad, para poner el interés colectivo al de pocos que lucraron en días idos con la complicidad oficial.
Puntualizo: es devolver a los ciudadanos un bien privado –privatizado por la corrupción y el amiguismo– que fue un bien público.
No es quitar propiedades; es devolver lo que es –y siempre ha sido– del pueblo, para un uso comunitario.
Es encomiable lo que hacen los diputados, senadores y demás –llevar comida, agua, ropa a los afectados– pero sería más reconfortante que se les informara de los proyectos para resolver de fondo ese problema cada día más recurrente.
Reynosa, requiere una reingeniería para enfrentar las vicisitudes de una ciudad amagada siempre por esos fenómenos naturales. Tengo algunos amigos que viven en la Colonia Ribereña; ya piensan emigrar, dejar sus viviendas para establecerse en otros sitios que no se inunden.
Como dijo el Chicharito: ¡Pensemos en grande, cabrón!