Por Luis Enrique Arreola Vidal.
¡Abran las ventanas y prepárense el cubrebocas, que está por destaparse la cloaca!
Y no, no es metáfora. Es Tamaulipas.
Más específicamente, la Secretaría del Trabajo.
Y en el centro del pantano: Luis Gerardo Illoldi Reyes, ese servidor público que parece salido de una fábula escrita por Kafka, producida por Televisa y dirigida por el mismísimo Diablo.
Este hombre, que en su biografía política apenas y alcanzaba para llenar un gafete de congreso, hoy vive como si le pagaran en bitcoin, acciones de Tesla y regalías de Bad Bunny.
Casas. Terrenos. Un tren de vida que haría sonrojar a un narco de bajo perfil. Todo, claro, con el puro sueldo de secretario.
Y aquí el pueblo, rascándose la cabeza con la quincena que no alcanza ni para el súper.
La Contralora del Estado ya no pudo sostener el chiste:
“Sí, hay investigaciones por enriquecimiento ilícito.”
Ajá.
Lo que no dice es que esas investigaciones ya están a punto de reventar como alcantarilla en temporada de lluvias.
Y cuando eso ocurra, agárrense.
Porque lo que hay detrás del caso Illoldi no es solo un funcionario pasado de listo.
No.
Es toda una red de influencias, prestanombres, adjudicaciones a modo, negocios familiares disfrazados de licitaciones y, cómo no, corrupción dentro de las Juntas de Conciliación y Arbitraje, donde cada juicio laboral se cotiza al mejor postor. ¿Justicia laboral? Solo si traes abogado, maletín y ganas de negociar.
Estamos hablando de una cloaca institucional que lleva años fermentándose.
Una estructura donde los amigos del secretario prosperan, los enemigos se congelan y los trabajadores… bueno, ellos que se esperen sentados.
O de pie.
O despedidos.
Y mientras tanto, Illoldi da entrevistas como si no pasara nada.
Dice que está “tranquilo”, que “confía en las instituciones”.
¡Pues claro! Si las maneja como su oficina personal.
Es como si el zorro dijera que confía en la seguridad del gallinero… porque él tiene las llaves.
Pero la cosa no va a parar ahí.
Porque esto no es solo un escándalo mediático.
Esto huele a denuncia penal, a juicio político, a traición entre compadres.
Y si algo nos ha enseñado la política tamaulipeca, es que cuando un caso así explota, no salpica… empapa.
Porque si se audita a fondo, si se siguen las rutas del dinero, si se cruza lo que declara con lo que gasta, si se abren los contratos, los expedientes, las nóminas, los favores…
Va a arder Troya.
Y no precisamente con fuego griego, sino con gasolina fiscal.
Y mientras el gobernador calla, y los partidos miran para otro lado, y los medios alineados editan con bisturí…
Nosotros, desde aquí, solo les advertimos:
La cloaca ya huele.
Y está a punto de reventar.
Así que vayan por sus botas de hule.
Porque cuando se destape esto, no va a haber filtro que salve.
Y el primero en resbalar podría ser ese muchacho de sonrisa blanca, peinado de campaña y cartera de empresario.
Sí, tú, Gerardo.