Golpe a golpe
Por Juan Sánchez Mendoza
Las oficinas del Servicio de Administración Tributaria (SAT) en esta ciudad registran sobrecarga de trabajo, porque su sistema recaudatorio se modificó, a partir de enero pasado, impidiéndoles a miles de contribuyentes cumplir en tiempo y forma con las nuevas disposiciones fiscales.
Y eso que hay el interés de los causantes de ponerse al corriente en el pago de impuestos.
Quizá no por voluntad propia, pero sí forzados por la amenaza de no poder realizar más trámites de facturación si acaso al sistema hacendario le fallan en la rendición de cuentas, que por cierto ya calcula por default los impuestos a cubrir cada mes.
Esto quiere decir que, a partir del uno de febrero del año en curso, por disposición de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHyCP) –así es en el sentido estricto de la observación–, se le negaría el derecho a la tramitología a todos y cada uno de los causantes ‘incumplidos’ –según el SAT–, aun cuando haya sido el propio sistema fiscal quien desatendió dar a conocer en tiempo y forma los cambios.
De ahí la preocupación de los segmentos poblacionales, sujetos a la nueva política fiscal de la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, de que el SAT en verdad cumpla las sanciones correspondientes, siendo que esta dilación administrativa tiene su origen, precisamente, en las oficinas encargadas de agilizar trámites y ofrecer un servicio puntual a los millones de ciudadanos que lo solicitan.
Usted, seguramente, en carne propia ha resentido el burocratismo –que, hasta eso, justifico llamándolo sobrecarga de trabajo–, al querer por sí mismo ponerse al corriente en los trámites y, seguramente, se ha dado cuenta de los múltiples obstáculos que se ponen a la recaudación fiscal.
Otrora, a través de un contador especializado las cosas se advertían mucho más sencillas –lo que tampoco es cierto–, pero si acaso usted opta hoy en acudir personalmente a las oficinas del SAT en busca de ayuda, claro que se la ofrecen, pero con una mayor exigencia, pues lo obligan a presentar (por lo menos) sus últimas tres declaraciones anuales, identificación personal y domiciliaria, comprobantes de ingresos y egresos (más recientes), acta de nacimiento, una declaración de su actividad y, hasta supongo, la fe de bautismo.
Esto me lleva a suponer que la autoridad fiscal es inhábil para hacer que su propósito cristalice.
Evasión a todas luces
Hay cualquier cantidad de comerciantes establecidos e informales al margen de la nueva ley fiscal, que sonoramente se burlan del Servicio de Administración Tributaria; e incluso han incrementado el precio de cuanto producto ofrecen.
A ellos ni quien los toque.
Y eso que los mexicanos solemos visitarlos cotidianamente.
¿Quién no compra –por ejemplo–, en las casas de materiales, o en las tiendas de conveniencia; o acude al antro de su preferencia, gusta de jugar billar, dominó o boliche; adquirir zapatos, ropa y papelería sin que le extiendan facturas?
Hay también, los que acostumbramos el servicio de taxi, abordamos un microbús; los que nos echamos un menudo o tacos de barbacoa y las flautas ‘Arce’, las gorditas ‘Doña Tota’ o compramos carne en tantos de esos establecimientos que hay en Ciudad Victoria, donde ¡ni por asomo! expiden facturas.
¡Ah!, pero eso sí, el SAT nos obliga a comprobar el gasto.
Incluso, hasta por el pago por una boleada, el lavado del vehículo y por los chicles con que intentamos disfrazar la cruda.
A tanto hemos llegado, que ahora por comprar un agua fresca (pero de frutas de la temporada) en ‘La Michoacana’, o un helado de cualquier sabor en ‘La Sultana e incluso unas ‘conchinadas’ –en esos puestos de fritangas–, debemos pedir factura.
Pero es obvio que sus expendedores, en lugar de otorgádnosla, nos receten primero un mar de vituperios que, por lo que mí respecta, hasta completitos se los cedo a la autoridad fiscal.
Esta evasión a todas luces, igual se localiza en las cantinas, salones de fiestas, albercas, los centros deportivos y escuelas, los clubes de todo tipo, asociaciones religiosas y en toda una amplia gama de comercios en donde, por cierto, no asoma el brazo ejecutorio fiscal.
Tan es así que insisto en que la autoridad muestra dos vertientes en su persecución, inhábiles, por cierto, pues por un lado atosiga a quienes sí pagamos impuestos y por otro mantiene tolerancia a quienes durante años se han burlado de su llamado a pagar tributos.
¿Miento?
Ojalá y fuera así.
Lo cierto es que el SAT exhibe incapacidad para atender a quienes buscan ponerse al corriente en sus obligaciones fiscales.
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