SINGULAR

Por Luis Enrique Arreola Vidal

Las cifras no mienten: más de 4.4 millones de mexicanos han sido deportados en los últimos 15 años. Los flujos migratorios entre México y Estados Unidos han sido moldeados por los vientos políticos de Washington, desde la mano dura de Barack Obama hasta la xenofobia de Donald Trump. Sin embargo, en medio de estos números, hay historias de vida que se desmoronan en la frontera, un muro invisible de burocracia y abandono que pocos están dispuestos a ver.

Deportados sin destino.

En la primera semana del nuevo mandato de Trump, más de 4,000 personas fueron enviadas de vuelta a México. Ciudad Juárez, Tijuana, Piedras Negras, Reynosa y Nuevo Laredo recibieron a migrantes que, en muchos casos, no han pisado suelo mexicano en décadas. Son hombres y mujeres que crecieron en Estados Unidos, que formaron familias allá y que ahora son arrojados a un país que apenas reconocen.

El problema es que las ciudades fronterizas no están preparadas para recibirlos. Los albergues están saturados, los empleos son escasos y la delincuencia acecha. ¿Qué opciones les quedan a los deportados? Muchos terminan en las redes del crimen organizado o intentan el cruce una y otra vez, arriesgando la vida en el desierto o el Río Bravo.

El pragmatismo de Sheinbaum.

Ante este panorama, la presidenta Claudia Sheinbaum ha optado por la mesura. Afirma que no ha habido un incremento drástico en las deportaciones y que México está preparado para atender a quienes regresan. Pero la realidad en la frontera dice otra cosa. Organizaciones civiles y albergues reportan un aumento en la llegada de deportados y denuncian la falta de apoyo del gobierno federal.

Si bien el discurso de Sheinbaum busca evitar la confrontación con la administración Trump, la pregunta es inevitable: ¿cómo manejará México un posible escenario de deportaciones masivas sin una estrategia clara?

El eterno retorno.

El problema de la migración es cíclico. Los mismos que hoy son deportados intentarán regresar. Estados Unidos endurecerá su postura, México improvisará soluciones temporales y la frontera seguirá siendo un limbo para miles de personas.

La historia se repite y seguirá repitiéndose mientras los gobiernos solo vean cifras y no historias de vida. Mientras Washington cierra puertas y México mira hacia otro lado, los deportados seguirán siendo ciudadanos de ninguna parte, atrapados en la frontera de un sueño roto.