SINGULAR.
Por Luis Enrique Arreola Vidal
El regreso de Donald Trump al poder es un punto de inflexión que la humanidad no puede ignorar. Su segundo mandato representa una amenaza directa para la democracia, los derechos humanos y el orden internacional. Si en el siglo XX Hitler simbolizó la destrucción de los valores democráticos, Trump encarna esa misma sombra en el siglo XXI, con un discurso y acciones que apuntan a desmantelar las instituciones y normalizar el autoritarismo.
Desde el primer día de su retorno, Trump dejó claro su objetivo: centralizar el poder y profundizar la división social. Con la firma de 41 órdenes ejecutivas, consolidó su visión autoritaria, destacando medidas como la declaración de emergencia nacional en la frontera sur. Esto ha permitido redadas masivas y deportaciones en lugares que, históricamente, eran espacios de refugio: escuelas, hospitales e iglesias. Estas acciones no solo rompen con acuerdos internacionales, sino que también violan los principios más básicos de humanidad.
Entre las políticas más alarmantes está la reactivación del programa “Quédate en México”, que obliga a los solicitantes de asilo a esperar en condiciones infrahumanas fuera del territorio estadounidense. A esto se suma la eliminación de exenciones humanitarias para menores no acompañados y familias vulnerables, dificultando sus posibilidades de una defensa justa. En paralelo, Trump ha retomado la construcción del muro fronterizo, desviando recursos militares hacia una obra que, más allá de su simbolismo excluyente, ha demostrado ser ineficaz para abordar las causas estructurales de la migración.
Los operativos en hospitales y escuelas son el ejemplo más claro de la pérdida de límites éticos en estas políticas. Sitios que alguna vez fueron santuarios de humanidad y solidaridad ahora son puntos de captura, generando un clima de miedo en las comunidades migrantes. Casos documentados de personas detenidas mientras acompañaban a familiares enfermos o buscaban protección en iglesias ilustran el nivel de deshumanización que estas medidas han alcanzado.
En el plano internacional, Trump ha reforzado una postura que combina el aislamiento con la intervención unilateral. Su retirada del Acuerdo de París no solo ignora la urgencia de la crisis climática, sino que también subraya su desprecio por la cooperación global. Estas decisiones afectan de manera desproporcionada a las naciones más vulnerables, perpetuando desigualdades y exacerbando problemas que alimentan los flujos migratorios que él mismo criminaliza.
Trump utiliza el miedo y la polarización como armas políticas, dividiendo a las sociedades y fomentando el resentimiento. Su capacidad para moldear discursos que deslegitiman a las instituciones democráticas y promueven el odio es un recordatorio de cómo el poder absoluto puede corromper y desestabilizar naciones.
En México, el reflejo de esta dinámica es claro. La Cuarta Transformación enfrenta el riesgo de caer en las mismas tentaciones del centralismo y el debilitamiento institucional. La narrativa que descalifica a organismos autónomos y divide a los ciudadanos entre “pueblo bueno” y “adversarios” podría abrir la puerta al autoritarismo si no se corrige el rumbo. La concentración del poder, por más justificada que parezca en nombre del cambio, es peligrosa cuando se privilegia la lealtad sobre la capacidad y se gobierna a través de decretos en lugar de construir consensos.
El regreso de Trump no solo amenaza a Estados Unidos, sino que nos obliga a reflexionar sobre el riesgo del poder absoluto en cualquier nación. La lección de la historia es clara: líderes que prometen grandeza suelen entregar división y devastación. Resistir esta amenaza es un deber global, pero también una responsabilidad local.
México tiene aún la oportunidad de fortalecer sus instituciones, respetar la pluralidad y garantizar que el cambio no sea un retroceso. La transformación verdadera debe cimentarse en el respeto a las leyes y en el compromiso de gobernar para todos, no solo para unos cuantos. Trump es un recordatorio de lo que sucede cuando el poder se convierte en un fin en sí mismo. No debemos repetir esa historia.