SINGULAR

Por Luis Enrique Arreola Vidal.

Donald Trump ha vuelto al poder, y con él, la maquinaria de confrontación que definió su primer mandato. Su mensaje es claro: América Primero y México… bueno, México en algún lugar del final de la fila. Sus primeros anuncios no dejan espacio a la interpretación: emergencia nacional en la frontera sur, la reanudación del muro, redadas masivas y la designación de los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas. Un paquete explosivo de políticas que no solo polarizan a su base, sino que convierten a México en el blanco conveniente de su narrativa populista.

Trump no regresa como un líder que busca construir, sino como un político que sabe que destruir —muros invisibles o físicos de por medio— es su verdadera fortaleza. Su discurso inaugural no fue un llamado a la unidad, sino una declaración de guerra: contra las élites, contra los migrantes y, en el fondo, contra cualquiera que no encaje en su molde de un Estados Unidos homogéneo y cerrado al mundo.

El muro como símbolo de exclusión

La reanudación de la construcción del muro fronterizo es más que una medida práctica; es un símbolo de exclusión, rechazo y criminalización. Trump lo sabe y lo usa como una herramienta política para consolidar su base. Para él, la solución al narcotráfico y la migración no está en abordar las causas estructurales, sino en levantar barreras y cerrar puertas.

Pero este muro, además de ser un insulto a México, es un recordatorio del costo humano que estas políticas imponen. Para las familias mexicanas separadas, para los migrantes detenidos en centros abarrotados, y para las ciudades fronterizas que recibirán una ola de deportados, el muro es más que concreto y acero: es una declaración de que sus vidas valen menos en el tablero geopolítico de Trump.

La amenaza a la soberanía mexicana

La designación de los cárteles como organizaciones terroristas lleva las tensiones a un nuevo nivel. Bajo esta etiqueta, Estados Unidos podría justificar intervenciones unilaterales, sanciones económicas e incluso acciones militares en territorio mexicano. Aunque Trump aún no ha hablado de incursiones directas, su historial de retórica inflamada deja pocas dudas sobre su disposición a empujar los límites.

Para México, esta es un golpe a nuestra soberanía y una invitación a un conflicto diplomático que podría escalar rápidamente. El gobierno mexicano enfrentará una prueba de fuego: defender la autonomía nacional o ser visto como un actor débil que cede ante las presiones de Washington.

Pero esta no es solo una crisis de política exterior; es un golpe a la narrativa de México como un país soberano y capaz. Si el gobierno mexicano no responde con firmeza, corre el riesgo de aceptar implícitamente el discurso de que no puede controlar su propio territorio, dejando la puerta abierta a que otros lo hagan por él.

El dilema estratégico

El regreso de Trump plantea una pregunta urgente: ¿dónde está la estrategia mexicana? En lugar de reaccionar pasivamente o minimizar el impacto de estas medidas, el gobierno debe articular una respuesta clara y contundente que defienda la dignidad nacional.

México no puede seguir dependiendo de la buena voluntad de Washington, especialmente cuando Trump ha dejado claro que ve a México como un problema, no como un socio. Es momento de diversificar relaciones internacionales, fortalecer alianzas regionales y replantear la política migratoria desde una perspectiva más humanitaria y menos subordinada.

El costo del silencio

Trump no solo construye muros en la frontera, también los construye en la narrativa bilateral. Cada decisión que toma coloca a México en una posición de desventaja, y cada silencio desde Palacio Nacional refuerza la percepción de que México no está dispuesto o no sabe cómo responder.

Este no es el momento para la sumisión. Es el momento para alzar la voz, defender los derechos humanos, proteger la soberanía y, sobre todo, recordar que ningún muro, por alto que sea, puede definir el futuro de México.

Trump puede regresar con su retórica divisiva y sus políticas punitivas, pero México debe demostrar que hay una diferencia entre ser vecino y ser sometido. La verdadera prueba no será cómo actúe Trump, sino cómo responda México.