Golpe a golpe
Por Juan Sánchez Mendoza
El gobernador Américo Villarreal Anaya le sigue apostando a la unidad de los tamaulipecos.
Y eso, precisamente, es lo que le permitirá avanzar en su proyecto para lograr que Tamaulipas apuntale el segundo piso de la cuarta transformación.
Por eso también ha enfocado su esfuerzo, energía y voluntad, a mejorar las condiciones de vida de la sociedad, gobernando con orden, honestidad y humanismo; y al mismo tiempo fortaleciendo a sus instituciones y, sobre todo, procurando el bienestar de la gente.
Hace dos años con casi cuatro meses, también Américo se comprometió a elevar el desarrollo de las comunidades; mejorar la calidad de vida de las familias; ampliar el horizonte de oportunidades de las personas; encabezar un Gobierno con la fuerza, energía y el talento de las mujeres y los hombres, pues sólo de esta forma, unidos en un mismo propósito (lo dijo), sería viable el avance sustantivo para lograr un Tamaulipas competitivo, sustentable, humano y seguro.
Transcurrido el tiempo nos damos cuenta que ha cumplido.
Quizá no de manera estricta para todos los sectores de la sociedad, pero sí para al menos la mayoría, que son la gente que más requiere de su apoyo y estímulo.
Ahí están las cifras que no admiten lugar a dudas.
Esto me lleva a sugerir, a los contados detractores del régimen, que bien harían en reconsiderar su postura, pues Villarreal Anaya ya demostró ser un mandatario que no se arredra ante críticas simplonas y avanza firme en su proyecto.
Sobre todo, cuando ha sabido dignificar el servicio público rehusando usar la rudeza como método recurrente para garantizar la gobernabilidad y practica una política incluyente, devolviendo al estado la certidumbre y el rumbo.
Hay resultados.
La historia advierte que la acertada conducción de cualquier sistema de gobierno, sólo puede tener éxito cuando se ejerce un liderazgo a toda prueba. Una política humanista que tenga como prioridad el bienestar del pueblo, sin anteponer ningún interés personal o de grupo, que lesionen o fracturen a la sociedad en su conjunto.
Por tanto, considero correcto hoy analizar, aunque someramente, qué ha ocurrido en los aspectos político, económico y social, pues, hasta donde veo, los resultados alcanzados en el primer tercio de su administración muestran avances programáticos en torno a la reconstrucción del estado y alivios sustantivos a favor de los sectores sociales más vulnerables, que permiten paliar en parte el efecto de la crisis económica globalizada y, por supuesto, la nacional.
En el aspecto político, sin duda alguna, hay indicadores de madurez. Y es que Américo Villarreal ha restaurado la legalidad y terminado con el clima de desacuerdo e inconformidad que privara en Tamaulipas, a lo largo de muchos años, entre los principales grupos políticos y de interés.
Los avances políticos, además, incluyen otro importante exponente, entre los otrora cacicazgos regionales, ya que éstos han quedado fuera de toda negociación cupular.
Lo comento porque, después de muchos años en que fue necesario concertar para aparentar la unidad tamaulipeca, ese divisionismo no sólo ha disminuido en su nivel de virulencia e intensidad, gracias a que el doctor ha sabido reencauzarlo y conducirlo por el terreno de la legalidad, con sus altas y bajas, pero con mayores avances que retrocesos.
Hasta la fecha, Américo ha cumplido su oferta de Gobierno, y, a la par, ha hecho crecer al estado en lo regional y a nivel República Mexicana.
Él sabe, perfectamente, que una buena sincronía entre los tres niveles de Gobierno es necesaria para alcanzar las metas que se diseñan en el Plan Nacional de Desarrollo 2025-30 –al que contribuye Tamaulipas–, pero ahora con la colaboración de los ciudadanos, que para el doctor son un cuarto nivel de gobierno, pero igual de importante que los otros tres.
México, un pararrayos
La arrogancia con la cual Estados Unidos pretende calificar la actuación de México en la lucha contra el narcotráfico, merece el rechazo y la desaprobación unánime de nuestro pueblo y las autoridades gubernamentales y legislativas, cuando menos, porque el tráfico de drogas encuentra su origen precisamente en la enorme demanda de estupefacientes que cotidianamente reclaman los viciosos allende el Río Bravo.
Sin embargo, el costo social y las consecuencias de la ‘ley del narcomercado’ y su solución pretenden endosarla a nuestro país, que, injustamente, sufre problemas en materia de seguridad pública, criminalidad, violencia y hasta desprestigio.
Además, resulta totalmente reprobable identificar con las instituciones a los funcionarios que de manera individual sucumben ante la tentación de ganancias fáciles provenientes del narcotráfico.
El pueblo de México, por fortuna, se ha convertido en el ‘pararrayos’ que evita una mayor oferta de drogas para el ávido mercado norteamericano.
Véanse si no las estadísticas sobre los cientos de toneladas de enervantes decomisados, destruidos e incinerados en los últimos años; y compárense con el consumo doméstico.
Más todavía: de manera dolosa el próximo presidente gringo ha encontrado en las acusaciones sin fundamento un rico filón para presionar a México porque está interesado de que sometamos nuestra soberanía a los dictados de sus corporaciones policíacas como la DEA, CIA y FBI.
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