SINGULAR
Por Luis Enrique Arreola Vidal
El Plan México: Estrategia Nacional de Industrialización y Prosperidad Compartida, presentado por Claudia Sheinbaum, promete una revolución industrial que fortalezca la soberanía económica del país. Pero, si la historia reciente nos ha enseñado algo, es que los proyectos gubernamentales que buscan jugar al empresario no solo suelen fracasar, sino que terminan siendo un quebranto para el erario.
La propuesta de Sheinbaum recuerda las ilusiones de José López Portillo, quien aseguró que México tendría que “aprender a administrar la abundancia”. Su sexenio terminó en desastre financiero, con un país endeudado y una economía colapsada. Ese mismo espejismo parece repetirse con el Plan México, que promete vehículos nacionales, liderazgo en semiconductores y autonomía energética, pero sin una hoja de ruta clara sobre cómo logrará cumplir estas ambiciosas metas.
Los fracasos del sexenio de Andrés Manuel López Obrador son un claro recordatorio de lo que sucede cuando el gobierno asume roles empresariales sin preparación ni visión técnica:
1. Dos Bocas: La refinería que prometía autosuficiencia energética se convirtió en un pozo sin fondo. Sus costos se dispararon y aún no está claro si será rentable, pero sí sabemos que es un golpe millonario para las finanzas públicas.
2. Tren Maya: Vendido como un proyecto de desarrollo para el sureste, el Tren Maya enfrenta sobrecostos, daños ambientales y poca claridad sobre sus beneficios económicos reales.
3. AIFA (Aeropuerto de Santa Lucía): Diseñado para sustituir al NAICM, es un ejemplo de cómo decisiones políticas pueden dar lugar a infraestructuras que no cumplen su propósito. Con baja ocupación y operación limitada, el AIFA es un proyecto subutilizado que está lejos de justificar su costo.
A estos ejemplos se suma el más reciente y simbólico error: Mexicana de Aviación. López Obrador decidió resucitar una aerolínea extinta como bandera nacional, pero lo que debía ser un símbolo de orgullo se convirtió en un monumento al despilfarro. Mexicana, ahora administrada por el Ejército, ha nacido como una empresa condenada al fracaso. Con un modelo de negocio cuestionable, una flota limitada y sin experiencia real en el mercado aéreo, este proyecto no solo compite en desventaja con aerolíneas privadas, sino que representa un gasto innecesario que recaerá en los contribuyentes.
El caso de Mexicana es un recordatorio de los riesgos de poner al gobierno en el papel de empresario: falta de competitividad, improvisación y una deuda que al final pagamos todos. Es un espejo en el que el Plan México debería mirarse. ¿Qué garantías existen de que no será otro proyecto fallido que sobrecargue las finanzas públicas?
Sheinbaum promete un México que liderará en semiconductores y producirá vehículos nacionales. Pero el contexto global no favorece esta narrativa. Competir con China o integrarse en cadenas globales requiere mucho más que voluntad política; necesita innovación, inversión privada y un marco institucional sólido. Sin estos elementos, lo que Sheinbaum propone suena más a un espejismo que a una estrategia.
El Plan México podría ser el proyecto que defina la administración de Sheinbaum, pero también podría convertirse en su mayor fracaso si no toma en cuenta las lecciones de López Obrador y López Portillo. Prometer industrialización y prosperidad compartida sin sustento técnico, financiero ni estratégico no solo es irresponsable, sino peligroso.
La historia nos advierte: cuando el gobierno asume roles empresariales, sin visión ni preparación, lo único que administra es el fracaso. Mexicana es el ejemplo más reciente, pero no será el último si seguimos apostando por políticas que privilegian el discurso sobre la realidad.