Rutina y quimeras
Clara García Sáenz

Cuando alguien preguntó durante la cena, quien nos gustaría que ganara las elecciones en
Estados Unidos, sin reparo contesté “Trump y creo que él va a ganar”; ante mi enfática
respuesta y el asombro que causó, me apresuré a explicar “si él gana, se acabará la guerra en
Ucrania y en Gaza, la gente está sufriendo mucho, pero a nadie le importa eso”. Era una cena
informal entre amigas donde se hablaba de todo y de nada, de cosas banales, intrascendentes,
pocas cosas serias y muchas risas. Pero en esta ocasión la pregunta que tal vez se hizo por
sacar tema de conversación, recibió una respuesta cuya contundencia finalizó en “qué bueno
que nosotras no votamos en Estados Unidos porque sería muy difícil decidir.”
Y es que la preocupación por la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca parece
alarmar a todos y en todo el mundo. Por su forma de verbalizar sus pensamientos sin filtros ni
diplomacia, en un discurso desnudo de todo matiz que por su sinceridad y sencillez ha
resultado efectivo para hablarle a la América profunda, blanca, anglosajona, protestante que se
ha sentido traicionada por sus gobernantes que no han defendido esos tres elementos en las
que se fundó su nación.
Ahora todo el mundo se cimbra ante la contundente victoria de quien representa los
valores de los Estados Unidos de América, como todos los presidentes anteriores; con la
diferencia que éste no esconde sus intenciones ni sus pensamientos y es cuando cabe
preguntarse ¿es por eso más peligroso?
Dato curioso es saber que Trump es el único presidente norteamericano en cuyo
mandato no tuvo ninguna guerra y para quien crea que al mundo le conviene más que
gobiernen los demócratas que los republicanos hace falta ver el récord de los primeros en

acumular mayor número de guerras financiadas a nivel internacional y que esto tiene que ver
directamente con las políticas que cada partido mantiene, mientras que los republicanos creen
en una Norteamérica fuerte hacia dentro de su territorio, los demócratas consideran que la
grandeza de su nación está en una fuerte influencia e intromisión internacional.
No sé qué resulte más peligroso u ofensivo, decirle a México tierra de narcos o
manifestarle a Canadá su deseo (muy reiterado) de anexión, a Dinamarca la idea de comprar
Groenlandia o amenazar la soberanía del canal de Panamá.
Basta ver los noticiaron europeos para enterarnos de las preocupaciones del viejo
continente ante las presiones a sus empresas para que se trasladen a suelo norteamericano si
no quieren pagar altos aranceles; la pérdida del financiamiento de su guerrita con Rusia y otros
subsidios con los que desangran a Estados Unidos a cambio de dádivas.
Así es la verdadera democracia, cuando el pueblo decide para su beneficio, es común
que al resto del mundo no le guste (como ha sucedido en México) porque se trastocan los
intereses políticos y económicos de quienes desde el exterior usufrutuan las riquezas
nacionales. Desde la migración y el tráfico de droga hasta las definiciones geopolíticas,
empresariales y armamentistas internacionales que Europa y Medio Oriente son asuntos que a
los norteamericanos les interesa sean manejados con las fórmulas de Trump.
Por eso, no pasa nada si nuestros vecinos le quieren llamar al Golfo de México, Golfo
de América, como no pasa nada cuando al río Bravo le llaman río Grande, porque hemos
aprendido a vivir y convivir con ellos, incluso en circunstancias mucho más adversas que las
presentes. El pueblo estadounidense votó manifestando contundencia en el rumbo que quiere
para su país y si al resto del mundo no le gusta pues ni modo, así es la democracia.
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