DESDE ESTA ESQUINA.
MELITON GUEVARA CASTILLO.


Cada uno de nosotros, tarde o temprano, aceptamos que cada palabra que se expresa, que se
dice, tiene un valor determinante en nuestra vida. Es la comunicación verbal y nosotros,
desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, estamos diciendo palabras. La cuestión
es si, en el sentido estricto, tenemos conciencia de lo que decimos. Y es que, no podemos
soslayar, que en mas de una ocasión expresamos: lo dije sin pensar. Y dicha ya no hay
regreso: su efecto puede ser positivo o negativo.
¿Qué decimos de manera frecuente? Habría que revisar el contexto, si es en la familia, en l
escuela, en el trabajo o con quien nos topamos en la calle. Hay expresiones de alegría,
como de molestia; de queja como de reconocimiento. Hay, sin embargo, unas que decimos
con coraje, enojados o plenos de ambición o soberbia. Y en todo caso en un proceso de
comunicación hay elementos básicos: el emisor, el receptor, el mensaje y el propósito.
¿Qué debemos hacer? No olvidemos que, el emisor, siempre tiene un propósito.
EL EMISOR.
Se atribuye a Sócrates que en cualquier momento el emisor, antes de dar su mensaje, tiene
que abordar cuando menos 3 filtros, precisamente para saber que su mensaje puede ser bien
recibido. El primero es que el contenido del mensaje sea una verdad; aquí la cuestión son
los intereses del emisor, si son lastimar o brindar un apoyo al receptor; el segundo, es saber
si el mensaje tiene un sentido de bondad, es decir, si es una cosa buena para el receptor y el
tercero, si el mensaje es de utilidad para quien lo recibe.
Creo que, quiérase o no, todo receptor debe tener plena conciencia, conocer pues al emisor.
Bien lo dicen: las palabras se toman de quien vienen. Enfatizamos que hoy en día existen
emisores cuyo propósito es lastimar, que no vacilan en difundir o dar noticias falsas… y
claro, quien las escucha, a veces no conocen a la fuente, menos sus intereses. En la practica
hay emisores serios, responsables; pero otros, mienten, lo hacen a plena conciencia,
alegando que tienen otros datos.
EL RECEPTOR.
Hace varios años leí un texto sobre el “fracaso escolar” y entre los muchos factores
anotados se incluye la actitud de los profesores al momento de dar una clase o de
interactuar con los alumnos. Hacían notar que una palabra, un adjetivo, o una expresión de
esas que hoy se conoce como violencia verbal, pueden determinar el rumbo o la
personalidad de una persona. Hace días vi un video de Ana Karen López, una psicóloga, y
me gusto la respuesta o explicación que dio ante una pregunta especifica.
En mas de una ocasión, quizá por molestar, a alguien le decimos “eres un tonto”, “no seas
fantoche” o tan simple, “eres un fracasado”. Ante este tipo de expresiones, recomiendo la

especialista, el receptor tiene que asumir con calma un proceso: evaluar o valorar a la
persona que lo esta etiquetando, son tres filtros como los socráticos, pero que tienen que ver
con la personalidad, los intereses, el estado de ánimo, entre otras cosas del emisor. Son
recomendaciones sencillas: 1) Es una persona sana, se entiende que mentalmente; 2) Es una
persona feliz, porque quien lo es, no puede ser agresiva, altanera o soberbia; y, 3) Es
congruente, digamos, con lo que hace y lo que dice. Si el emisor es, digamos positivo en las
calificaciones, luego entonces debemos preocuparnos por lo que nos dice.
TRANQUILIDAD EMOCIONAL.
Todos, bueno, quiero pensar que todos, hemos pasado por malos ratos. Que en más de una
ocasión hemos perdido la cordura, o como dicen los estribos. ¿Por qué llegamos a esa
situación? Quiero pensar que sucede porque estamos agobiados por múltiples problemas,
que no encontramos la puerta, es cuando decimos o hacemos lo primero que se nos ocurre y
ya tarde nos damos cuenta que nos equivocamos. Ese es el problema: cada uno de nosotros
tiene una cotidianidad y ahí, inmersa, hay muchos elementos o factores… unos positivos u
otros negativos.
Efectivamente, como bien apunta Ana Karen: una persona sana, feliz y congruente tiene
que ser una persona que quizá no tenga estrés, porque no enfrenta digamos problemas
grandes, imposibles de solucionar. Disponer de una tranquilidad emocional nos hace ver en
otra dimensión las cosas y encontramos fáciles respuestas a nuestras dudas: la impaciencia
y las prisas son, en todos lados, malas consejeras.
Piensa antes de tomar una decisión. Paciencia, decía Kalimán.