Rutinas y quimeras
Clara García Saénz

Ese día mi mamá me mandó muy temprano a la casa de mi cuñada Felipa porque al
parecer de un momento a otro entraría en labor del parto; mi hermano no se
encontraba y ella quería que su tía María, partera experimentada la atendiera en casa.
Mi tarea era simple, acompañarla hasta que llegara el momento y entonces correr a la
casa de su tía para avisarle que había llegado el momento.
Así lo hice y esperé en la cocina de la casa hasta que mi cuñada dio a luz, yo
tenía 13 años y no entendía lo que pasaba, estaba muy asustada hasta que la partera
abrió la puerta de la cocina y me dio en brazos una niña. Fue la primera vez que vi una
recién nacida, la cargué durante un buen rato hasta que me permitieron entrar a la
habitación y se la di a mi cuñada para que la amamantara.
Hace algunos días la hija de esa niña, cumplió 15 años y no quiso que le
festejaran el aniversario; cuando le pregunté por qué no quería fiesta me respondió:
porque mi mamá y yo no nos entendemos, ella tiene ideas diferentes a las mías.
¿Cómo anticuadas? Le pregunté, “algo así” finalizó. Después de oír eso no intenté
continuar con la conversación y entré en una profunda reflexión.
Cuando le conté a mi sobrina lo dicho por su hija, entre risas le dije: me ha
metido en una tremenda crisis, yo a ti te veo como la niña recién nacida que cargué y
de pronto alguien me viene a decir que ya estás pasada de moda ¿en qué momento
empezamos a envejecer sin darnos cuenta?

En esta crisis reflexiva andaba cuando hace algunos días una amiga me invitó a
su fiesta de cumpleaños, “será con temática de los 80 e irán puros amigos de nuestra
edad”. Así que me puse de acuerdo con mis dos cómplices de entonces para llegar
juntas. Camino al salón del festejo nos dimos cuenta de que ninguna de las tres sabía
dónde era exactamente, entonces buscamos en la invitación la ubicación para Google
maps nos guiara, durante casi 20 minutos transitamos extraviadas junto con la
aplicación hasta que más por casualidad que por nuestro eficiente uso de la tecnología
logramos llegar, entre risa y enojo.
Entrando a la fiesta había viejas que conocimos jóvenes, algunas no tenían ni un
rasgo que me las recordara, algunas otras eras las mismas sólo que sin la frescura de
entonces, después de muchos abrazos y repetidas frases de “te acuerdas de mi”, nos
sentamos todas lampareadas, así empezó la remembranza musical: Menudo, hombres
G, Flans, Alejandra Guzmán, Gloria Trevi, Miguel Mateos, Caifanes y así hasta el
infinito. Cerramos la fiesta, cantando y bailando; después ocupamos todo el fin de
semana para recuperar fuerzas.
Se dice que vivir es un arte y que hay que aprender a vivir con sabiduría, porque
las circunstancias suelen ser muy engañosas cuando no estamos vigilantes de lo que
pasa a nuestro alrededor y lo que nos pasa a nosotros mismos. Nos sentimos fuertes,
jóvenes, capaces, en el corazón, en el alma y la mente, sin embargo, otros, los que
vienen atrás con ideas renovadas, con nuevos gustos, con nuevas formas de pensar la
vida, consideran que somos aquello que debe ser renovado, somos para ellos el
Establishment.

Existen dos frases que mi generación repite con frecuencia: “¿En qué momento
me he convertido en mi madre?” y “ahora soy lo que un día juré destruir”. La primera la
escuché por primera vez en una película europea donde un hombre supuestamente
muy liberal se ve en aprieto de cuidar un bebé y de pronto se descubre teniendo
actitudes de cuidado y corrección hacia el menor como las que sus padres le daban a
él.
Y la segunda, es muy común cuando alguien defiende ideas o actitudes desde
la comodidad o el privilegio y se deja de criticar con pasión; descubrimos de pronto que
hemos alcanzado la madurez y en muchos momentos creemos que nuestros padres
tenían razón.
Las ideas frescas, la fuerza para luchar contra el mal, el tener ideales por
alcanzar, el no derrotarse por las circunstancias de la vida, son elementos que nos
hacen sentir que somos jóvenes, que seguimos estando frescos, que continuamos en
rebeldía, aunque muchos no nos vean así y crean que estamos pasados de moda, que
no los comprendemos y que no entendemos nada.
Sin embargo, aunque nunca sabremos en qué momento dejamos de ser jóvenes
para los demás y nos empezamos a ver pasados de moda, lo cierto es que debemos
de saber y estar convencidos de que no importa el estuche, sino la fragancia que
guardamos cada uno, que debe ser intensa para contagiar; difusiva para dejar huella;
persistente para que no nos olviden. Porque al final, lo importante en la vida no es estar
viejo, sino, no sentirse viejo.
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