Rutinas y quimeras
Clara García Sáenz

Innumerables veces he ido a la antigua villa de Padilla, ya sea con alumnos, amigos o con
personajes ilustres como mis maestros historiadores de la UNAM; no recuerdo todos las
ocasiones ni las fechas, pero hay dos que nunca olvidaré. La primera cuando en 1980
conocí el lugar, entonces la presa Vicente Guerrero estaba llena hasta el tope y el edificio
de la escuela y la iglesia podían verse a lo lejos, que para llegar a ellos solo era posible
en lancha. Entonces me aterró ver tanta agua, edificios inundados y cómo la carretera por
donde habíamos llegado se perdía en sus aguas.
La segunda ocasión fue el pasado sábado 13 de julio; pude caminar -sin miedo al
agua, que se veía a lo lejos- hasta la escuela y mas allá, hasta la plaza principal de aquel
pueblo que, como muchos dicen, parece haber sido maldecido por el fusilamiento de
Agustín de Iturbide el 19 de julio de 1824.
En sesión extraordinaria, pública y solemne, el Congreso de Tamaulipas se reunió
en este histórico lugar para recordar a los miembros de la primera legislatura que elaboró
el acta constitutiva para la fundación de estado de Las Tamaulipas. El acto reunió cerca
de 2000 almas, entre funcionarios de los tres poderes del estado, militares, universitarios,
artistas, periodistas y habitantes de la Nueva Villa de Padilla.
Fue un evento político de gran altura, que le permitió a la historia ocupar su
espacio debidamente, en un equilibrio entre estas dos disciplinas que han ido juntas en un
festejo de los 200 años de identidad tamaulipeca. Con sobriedad, orden, buena
organización, una decoración elegante, sin derroches, pocos fuegos artificiales, placas
conmemorativas que no alteran el paisaje, un discurso del gobernador del estado Américo

Villarreal Anaya puntual, cuidado, preciso, en ciertos momentos heroico y emotivo, pero,
sobre todo, ilustrativo. No así el de la presidenta del Congreso cuyos datos históricos de
su discurso eran imprecisos y con una mala dicción, tuve en momentos la sensación que
el uso de la palabra (que ella misma se dio) fue con más afán protagónico que histórico.
Llegamos a las cinco de la tarde al la antigua villa de Padilla y ya estaba casi lleno
el lugar; después de los honores a la bandera nacional y el himno a Tamaulipas vinieron
los discursos y se hizo un recorrido por los lugares emblemáticos donde se colocaron
placas conmemorativas que dejan constancia de lo que ahí sucedió: el fusilamiento de
Iturbide, la iglesia de San Antonio de Padua, la Casa de Gobierno (ex cuartel de 2da
Compañía Volante), la casa de María de Alba, donde se decidió la muerte de Iturbide, la
Escuela Miguel Hidalgo, otra en honor a los pobladores de la antigua villa desplazados
por la presa construida en los años 70 del siglo XX.
La explicación estuvo a cargo del doctor Octavio Herrera Pérez, director del
Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Autónoma de Tamaulipas, lo que
permitió darle un peso académico al trabajo histórico que para la ocasión se preparó
además de que los asistentes recibimos un cuadernillo que ilustra con texto e imágenes la
importancia de la fecha y el lugar que ese día se conmemoraba.
Cenamos panzaje y barbacoa, nos obsequiaron un pin conmemorativo de los 200
años de la fundación del estado Tamaulipas y disfrutamos de una tarde con un clima
benévolo; las ruinas y la plaza iluminadas, un ambiente de fiesta, la sensación de que
fuimos testigos de un acto histórico y que compartimos la tarde con todas las
generaciones de tamaulipecos que nos antecedieron trabajando por la grandeza de este
estado, que ha crecido en la adversidad en la periferia de la patria.
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