La Comuna

José Ángel Solorio Martínez

Tres de los cuadros más calificados de MORENA, cometieron imprecisiones en las formas de visualizar el nuevo presidencialismo, configurado por Andrés Manuel López Obrador; es evidente: un error, lleva por lo regular a otro.
Ni Ricardo Monreal, ni Marcelo Ebrard y recientemente, Gerardo Fernández Noroña, pudieron desentrañar el funcionamiento de los renovados resortes del poder presidencial.
Sus marcos de referencia, fueron los de los teóricos del nacionalismo revolucionario –del maestro Daniel Cosio Villegas, ya rebasados por el neoliberalismo y el antineoliberalismo–, que AMLO se ha encargado de señalar sus contradicciones y debilidades.
El presidencialismo de López Obrador, se puede explicar, desde el protagonismo del pueblo, desde su Mañanera –un liderazgo de opinión, nunca antes conocido, cotidianamente respaldado por su profundo conocimiento de la historia de México– y su partido: MORENA.
Monreal, intentó presionar desde la Cámara de Senadores y desde algunas delegaciones de la CMDX, para verse crecido y con potencia como para pelear en igualdad de circunstancias al candidato presidencial del tabasqueño.
Tarde, se dio cuenta que el poder del presidente es mayor que los presidentes que ocuparon ese cargo en el pasado. (Al menos hasta Lázaro Cárdenas, luego de desplazar contundentemente a los callistas de cargos claves en su administración).
Ni siquiera tuvo que polemizar el presidente, con el senador. Las estructuras lopezobradoristas en el partido y en el Congreso y el Senado, lo pusieron en su sitio.
Luego el experimentado, Ebrard, incurrió en similar pecado.
Desde el inicio del proceso de selección del candidato de la IV T, rompió tanto con AMLO –sutilmente, si se quiere– como con Claudia Sheinbaum.
López Obrador, fue claro: no voy a cometer el error del general Cárdenas (Titubeó, ante las presiones de las élites nacionales y extranjeras, con Múgica por ser igual o más radical que él y se pronunció por Avila Camacho, un político moderado). Esto significaba, que él optaría por la continuidad de su proyecto de la IV T. Muchas lunas antes de que se definiera la metodología de la elección, el presidente, ya había señalado a la continuidad como su propuesta.
¿Ante lo dubitativo de las actitudes de Monreal, Marcelo y Noroña, quién encarnaba la prolongación de la IV T?
Monreal, no.
Ebrard, no.
Adán Augusto, no.
Noroña, se tiró al vacío al querer cobrar sus servicios –como empleado, o más bien: como mercenario– a la presidente Sheinbaum.
Nó solo, era un reclamo para Claudia; era a la vez, una inconformidad con el líder de la IV T: AMLO.
Marcelo, Adán Augusto, Monreal y Noroña, olvidan algo fundamental: todos, fueron prohijados por la sombra y el movimiento de la IV T y su creador, López Obrador.
Sin que a nadie le quepa duda, todas las –en su momento– corcholatas nacieron, como ramificaciones del lopezobradorismo. No existe aún en el país, un liderazgo que pueda asemejarse al del Ejecutivo federal. Ni siquera Claudia, que vive un proceso de afianzamiento de sus habilidades de conducción del gobierno y el Estado mexicanos.
En efecto: el nuevo presidencialismo mexicano, está conducido por un presidente de la república electo y legitimado por la fuerza de millones de votos; está avalado por el pueblo –desde la elección del candidato presidencial se ve ese fenomenal vuelco– y legitimado por un partido, que otorga legalidad y transparencia a las candidaturas con una técnica poco cuestionada: las encuestas.
Como se ve: sólo una corcholata, asimiló la estrategia de AMLO.