Por: Ricardo Hernández

(Fragmentos de mi próximo libro “22 DÍAS DE PANDEMIA”)

5:34 de la mañana.

A pesar de que había gente en la calle, al mismo tiempo parecía que la ciudad nos quedaba exageradamente grande, porque se veía prácticamente vacía.

Cuando llegué caminando hasta la plaza del 8 Hidalgo me senté en una banca, en ese momento llegó un señor que vendía dulces; se acercó a un bolero que se encontraba trabajando a un lado de la banca donde estaba yo. El vendedor de dulces y el bolero se pusieron a conversar.

Al poco rato llegó otra persona. Los tres señores empezaron a hablar acerca de Dios, de las plagas y sobre otros temas relacionados con el Apocalipsis.

Tuve la intención de acercarme a ellos, pero al mismo tiempo pensé que tal vez esa conversación ya no tendría el mismo entusiasmo conmigo, sobre todo, porque cuando llega una persona desconocida a formar parte de una plática la atención se enfoca más hacia esa persona, de tal manera que  la conversación llega al grado de enfriarse; o pudiera suceder que ya nadie comente nada, sencillamente.

Lo cierto es que el diálogo entre los tres señores parecía interesante.

Una señora que venía con una niña como de ocho años llegaron a sentarse en la misma banca donde me encontraba yo. La niña traía un vestido color melón, y su largo cabello negro se le veía muy bonito.

Cuando se nos acercaron dos pichones, la niña estiró la mano simulando que les iba a dar algo de comer.

Un pichón se atrevió a acercarse hasta su mano, movía la cabeza de un lado a otro; a través de sus inquietos ojos rojos  le decía a la niña “¡me estás engañando!”.

Los pichones volaron, y la niña se incorporó de la banca; se fue a alcanzarlos hasta el jardín que se encontraba atrás de nosotros.

Cuando la niña regresó a la banca dónde se encontraba su mamá, yo me alejé del lugar para continuar vendiendo mis libros. Me quedaban tres ejemplares los cuales los traía envueltos en una bolsa de plástico transparente.