No cabe duda que al Presidente Andrés  Manuel  López  Obrador le gusta desesperar, estresar y  en suma hacer sufrir a sus adversarios políticos. Aparte de ser, con todo rigor, un personaje con una formación política muy completa, es  un psicólogo del poder. Juega con el factor tiempo, y  ante todo,  con las reacciones de sus contrincantes.  

 A Rosario Robles Berlanga  le han dado esperanzas de que sale en libertad, y luego le dicen que no. A Alonso Ancira lo mantuvieron   como  en un juego del gato y el ratón, durante  su refugio en España, para al final darle el zarpazo y traérselo para México. A Lozoya lo arrinconaron, hasta obligarlo a ser testigo  contra su propio grupo de poder sexenal.  

 En el caso del gobernador García Cabeza  de Vaca, desde hace un año, lo han sometido a una guerra de desgaste. Primero le dicen que el jueves ventilaran su caso, y  ahora que este viernes, abordarán en el Congreso  su presunto desafuero. Pero mientras esto sucede, ya todo México, está enterado del tema.  Definitivamente, toda una  estrategia, que más que basarse en la fuerza, se centra en menguar hasta al más recio carácter. 

 Fino y hasta cierto punto, no exento de regodearse en un íntimo placer inconfesable, así es el estilo del Presidente AMLO. El hombre no se altera para nada. 

  Pareciera estar hecho de nervios de acero, o al menos no demuestra  tan fácilmente sus emociones, y no suele  caer en apasionamientos o en alardes verbales, que no conducen a nada. Inteligente el  hombre. Sabe estudiar al adversario, y sobre todo, cuando es el momento propicio para devolver el golpe. 

 Una inteligencia emocional  de este tipo, en el cerebro de un banquero, lo volvería todo un cazador  de las coyunturas financieras. O un experto en los asuntos bursátiles. Pero cualidades de esta naturaleza, en la mente del líder político del país, lo convierten en un personaje, con el cual hay que andarse con suma cautela, a la hora de disentir, y todavía mucho más grave, si  alguien decide el choque frontal, sin evaluar  las consecuencias. 

 En el caso específico  del enfrentamiento sordo, ríspido del gobernador Francisco García  Cabeza de Vaca con el Presidente López Obrador, la estrategia  parsimoniosa y fríamente calculada  del jefe de la 4T no se ha salido ni una coma del procedimiento que ya les hemos mencionado.  

 Para poner los hechos en su justo contexto, vayamos a aquella mañana de agosto del 2020, en la ciudad de Reynosa, en el marco de la gira del Presidente AMLO. El caso Lozoya estaba fresco, y uno de los presuntos señalados en el escándalo de los sobornos  de PEMEX, hacia un grupo de encumbrados panistas,  era justamente Cabeza  de Vaca. 

 El gobernador  se observaba tenso y molesto, mientras que AMLO hacía como si nada sucediese. Entonces sobrevino  la explosión  de adrenalina, y el titular del Ejecutivo estatal, aprovechó una de las preguntas  que le hicieron en la Conferencia de prensa,   para lanzarse, (metafóricamente hablando)  a la yugular del Presidente. 

Aquello fue un hecho inédito. Hasta ese momento, ningún mandatario estatal, o cualquier otro personaje de la oposición había tenido la osadía de encarar y atacar de manera directa al jefe político del país. Pero más asombrosa fue todavía la actitud equilibrada, prudente y con un nivel de inteligencia emocional bastante alto, lo que demostró el titular del Ejecutivo federal. 

 A muchos les causó asombro lo sucedido esa mañana en Reynosa. Sin lugar a dudas, ese día habíamos visto a dos adversarios políticos, con estilos radicalmente opuestos. Un gobernador, para decirlo en términos boxísticos considerado como un fajador político. Y un Presidente de la república, reflexivo, pensante, mesurado. 

La comitiva presidencial culminó su gira por Tamaulipas, y retornó a la ciudad de México. Pero el episodio ahí quedó registrado. Y desde la  extradición de Emilio Lozoya, en julio de 2020,  las diferencias entre el gobierno federal y el cabecismo se fueron deteriorando, hasta llegar a los recientes  acontecimientos. 

  Hasta ahora, la guerra entre ambas instancias de poder, había sido solo de papel, traducida en declaraciones, reportajes y columnazos. Hoy, el tema del desafuero  de García Cabeza  de Vaca, adquirió una dimensión nacional, y ya no solo incumbe a Tamaulipas. 

 De comprobársele su responsabilidad en los hechos que se le adjudican,  el panismo nacional podría resultar todavía más afectado,  en la baja percepción del voto que ya viene arrastrando. 

   Y en lo que se refiere a nuestro estado,  ya desde ahora se da por hecho que, de seguir el proceso para desaforar a  CV,  los bonos de los candidatos de MORENA van a subir mucho, y se van a crecer ante la maquinaria azul.  

  Otro enfoque adicional,  es el de un electorado tamaulipeco, que a tres escasos meses de ir a las  urnas, parece despertar de su letargo. Y eso definitivamente generará condiciones para que se de una votación masiva, lo cual daña al PAN, por ser el partido en el poder. 

    Indiscutiblemente que el tema en boga, mantendrá en vilo las pasiones políticas, de los próximos sesenta días. Una jugada inteligente del ajedrez político-electoral.  Este jueves, desde Tampico, el gobernador dijo que solo los tamaulipecos pueden decirle que se vaya. 

 Estamos a escasos meses de que, CV demuestre que  con todo y el escándalo, puede retener el poder. O bien, en el otro extremo, que los tamaulipecos, que acudirán a las urnas, le tomen la palabra.