Por: Ricardo Hernández

Me encontraba en casa escribiendo en la computadora cuando de pronto escuché que llegó un mensaje por WhatsApp. Dejé de escribir para saber quién se estaba tratando de comunicar conmigo, aunque no es raro que a cada rato llegue mensajería desde diferentes fuentes. Lo más probable es que haya decidido ver el mensaje para levantarme de la silla, pues ya me sentía un poco agotado. Miré el reloj de la computadora el cual marcaba la hora nocturna: 7: 20 PM.

Se me hizo raro que el mensaje proviniera de la imprenta. Margaret, la encargada, estaba preocupada por detalles que habían salido de última hora en el trabajo de impresión, por ese motivo en su mensaje me sugería que me diera “una vuelta a la imprenta” para enseñarme algunas muestras de esas impresiones. Mi contestación por WhatsApp fue breve: “Ahí estaré por la mañana”.

Como ejercicios de prueba, ya llevaba aproximadamente diez diseños para la portada de mi libro. Cuando terminé de diseñar el primero, pensé: “¡Este!, ¡este quedó bien!”. En el segundo diseño dije lo mismo, así fue en el tercero y en el cuarto, hasta que al llegar al número diez, exclamé: “¡Ya!, ahora sí es el definitivo”. Creí que el logo era lo que me llevaría más trabajo en crear, por fortuna, fue lo que más rápido se me dio.

Se me hacía divertido estar realizando esta tarea que yo mismo me había propuesto para el proyecto editorial morisa. El mensaje de Margaret había despertado mi espíritu de lucha, de entrega. ‘morisa’ apenas se estaba gestando, era como un ‘feto’ de pocas semanas. Por eso desde que nació la idea en mi mente me sentí con la gran responsabilidad de trabajar en horas extras.

Mi madre me conoce perfectamente, incluso la mayoría de mis amigos saben que mi horario de dormir empieza a partir de las ocho de la noche. Minutos después de haber recibido el mensaje de Margaret, entró una llamada a mi celular, era un camarada a quien se le había ocurrido intentar hablarme a las 8:00 PM. “Te marqué pensando en que ya estabas dormido, pero veo que me equivoqué”, dijo mi amigo. “Estoy sacrificando mi cuerpo”, le respondí, “todo sea por morisa”. El motivo de la llamada de mi amigo era para explicarme que había leído una de mis más recientes columnas “Mi coach”, solo que él tenía una duda: “¿No me digas que ese coach es el chilango?”; enseguida agregó: “Me di cuenta por lo de ‘camarada’. ¿Sí es el chilango, ¿verdad? Oye, pues que bien, tiene mucho que no lo saludo, es un buen cuate”.

Al día siguiente, por la mañana, pasé a la imprenta. Margaret se encontraba hablando por celular, al mismo tiempo intentaba sacar hojas de una máquina la cual parecía ser una impresora. Mi saludo de “¡Buenos días, Margaret!”, se escuchó hasta donde se encontraba ella. A través de su mirada interpreté un “Buenos días, Ricardo”. Enseguida hablé en voz alta: “Más de rato paso”.

Margaret gritó: “¡No!, ¡espérate!; necesito que veas las impresiones”. Me esperé. Margaret me mostró varias hojas impresas. Los títulos de los textos se veían arrogantes, estaban escritos con letras grandes y marcadas con negrillas; para el cuerpo del texto había elegido la fuente ‘Times New Roman’, con un tamaño de letra de ’10.5’; el texto armonizaba, por medio de párrafos, sobre un fondo color crema.

Margaret me preguntó: “¿Qué te parecen? ¿Detengo la máquina o me autorizas que le siga?”. Todo estaba perfecto, por eso le respondí: “¡Síguele!”. Las pruebas de impresión eran la respuesta; eran la mejor respuesta que había estado esperando en todo este tiempo.

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