Por: Ricardo Hernández

Lo que muchas veces nos detiene para poder realizar un proyecto, es la falta de curiosidad; o, tal vez, el atrevimiento para conseguir tal o cual objetivo. Margaret, la encargada de la imprenta donde normalmente acudo a imprimir mis trabajos, se le dificulta un poco poder explicar algo. Digamos que hay quienes nacen con el talento para hacerce entender, como los hay quienes en pocas palabras creen decirlo todo.

Digamos que Margaret es una persona práctica, y caso contrario, cuando no se tiene bien clara la idea que se quiere preguntar, entonces no es la encargada la de la imprenta la que tiene la dificultad para explicar, sino la persona que no sabe cómo plantear la duda, esa limitante, quiero suponer, hubiera sido la causa de que yo estuviera sentado en una banca de la plaza preguntándome cómo le podría hacer para tener el control absoluto de mi trabajo editorial.

Por supuesto que Margaret no tenía la menor idea de lo angustiado que había estado durante mucho tiempo, porque mi deseo era llevarle el archivo en PDF ya nada más para imprimir; ya que, hasta entonces Laurita, la diseñadora, era la que le enviaba el PDF por correo electrónico.

Por cierto, voy a resumir los tres pasos para que el archivo llegue hasta mis manos en un libro impreso: Uno. – Enviar el contenido (archivo en Word) a la diseñadora; dos. – La diseñadora se encarga de enviar el diseño del libro en PDF a la imprenta; tres. – La imprenta hace entrega del libro impreso. 

El paso número dos es el que me hacía falta para tener el control del trabajo. Por eso cuando estuve en la imprenta esperando a que Margaret pudiera atenderme, alcancé a ver que mientras ella movía el mouse, en la pantalla de la computadora estaba la imagen de una portada y contraportada de un libro.

Después de haber cerrado el archivo, enseguida Margaret abrió otro, el cual era un libro en PDF. Consideré que no había mejor momento para salirme de dudas, por eso cuestioné a la encargada de la imprenta: “Disculpa Margaret, ¿puedo hacerte una pregunta?”. Ella respondió: “Te escucho Ricardo, tu dime, en lo que estoy revisando este archivo”. Le pregunté: “¿Cómo te puedes dar cuenta qué número de página va al reverso de cada hoja, si en el PDF que estás viendo las páginas están separadas?”.

Margaret sin voltear a verme, me explicó en pocas palabras: “Chiquillo, tú no te preocupes por eso, nosotros nos encargamos de que tu libro salga bien”. Sus palabras no atenuaron mi angustia, más bien la alteraron. Antes de que yo saliera de la imprenta, le sugerí a Margaret que me imprimiera las primeras diez páginas del archivo para ver ‘con mis propios ojos’, que efectivamente las páginas salieran a doble cara y en secuencia.

Cuando regresé a la imprenta, Margaret me entregó solamente una hoja impresa a través de la cual me di cuenta de visibles errores en la ‘configuración de página’. Margaret no vio lo que yo, con gran asombro, me había dejado paralizado: la primera página tenía el número uno, y al reverso, venía la dos. Para mí esa era la prueba de fuego, lo más importante, lo que me había impedido poder avanzar en el aprendizaje para tener control absoluto de mis libros.

Porque a partir de ahí por cuenta propia ya podía decidir en qué momento metería los demás PDF a la imprenta. Claro, en esa prueba que se me imprimió había varios errores, como fueron, por ejemplo, fallas en las medidas de los márgenes; había que eliminar los primeros números, incluso, había que bajar un poco el espacio de los números de ‘pie de página’. Todos esos detalles eran mínimos, porque en adelante vería la forma de corregirlos, pero la prueba de fuego, el hecho de que las páginas salieran a doble cara, y que la primera muestra del libro impreso saliera como yo lo imaginé, en realidad fue un gran avance.

¡Hasta pronto!