Por: Ricardo Hernández

Eran tiempos de lluvia; de esos días en que se pueden ver las gotas cómo se van resbalando melancólicamente por los cristales de las ventanas; son momentos de la vida en que te dan ganas de ponerte a escribir, de imaginar, de conversar con alguien; sobre todo, cuando te encuentras solo, en casa.

En uno de esos días de fuertes lluvias me puse a escribir la historia breve ‘Un soñador bajo la lluvia’, debido, principalmente, a que me sentía enamorado, pero no lo estaba precisamente de una dama, era un estado psicológico en dónde se mezclaba la inquietud por imaginar algo, con la de querer expresar ese ‘algo’ por medio de un escrito, de tal manera que decidí crear un diálogo entre Andrea y Jaime.

– ¿Andrea?

– Dime Jaime.

-Olvidemos todo esto, por favor.

– ¡No! No es fácil olvidar Jaime, tal vez lo sea para ti porque eres un soñador.

– Acércate, no seas tonta; dicen los viejos que el agua de lluvia purifica el alma. Deja ya de estar enojada.

– No, Jaime; ya te dije que no es nada fácil. Yo me esmero contigo y tú solo piensas en soñar, vives de sueños, eso es ridículo. No soy un sueño, entiéndelo bien, grábatelo bien; soy de carne y hueso. ¿Por qué no me tocas?, me encuentro muy cerca de ti. Jaime, no podemos estar así todo el tiempo. Por qué no me dices de una vez por todas si me quieres o solamente estas jugando con mis sentimientos. Eso es delicado. Tal vez si no sintiera nada por ti no tendría por qué sentirme ofendida, mucho menos estaría mortificándome con esta relación, ahora tan fría; es insoportable una relación así.

-Siempre he sentido un cariño especial por ti, te quiero más de lo que supones; quiero que me disculpes esta vez, me siento un hombre extraño, la lluvia me hace cambiar el estado de ánimo, despierta en mí otras sensaciones diferentes. El agua, Andrea, nos hace renacer, los sueños se intensifican, adquieren fuerza. ¿De qué manera quieres que te demuestre el amor que siento por ti? Ven. En esta casa lo único que hacemos es discutir por algo que no tiene sentido. No soy dado a pronunciar la palabra ‘amor’, suena ridícula, además me fastidia escucharla. Uno siente cuando es querido, se ve a través de los ojos, en el rostro, en las atenciones. Cualquier otra palabra, Andrea, menos esa. ¿Tienes idea en qué momento dejamos de besarnos? ¿Eh? ¿Lo sabes?

– Tal vez para ti sea una mujer ridícula, pero a mi me agrada que me susurres al oído las palabras mágicas ‘amor’, ‘te quiero, ‘te amo’. ¿Por qué ocultarlas, Jaime? Por qué insistes en salir a mojarte bajo la lluvia en lugar de permanecer juntos contándonos historias, de esas que nos agradan a los dos.

-La monotonía molesta, nos envejece, marchita el entusiasmo. Cuando uno se enamora luego se enferma, después en la melancolía pocos sobreviven; yo soy capaz de enamorarme hasta de lo que produce mi sueño. Ven conmigo esta vez, respiremos el perfume de la tierra húmeda, vamos a bañarnos como unos chiquillos que han dejado de pelearse y ahora han decidido cantar entre la lluvia.

– Lo haré por ti, pero… espera. Te he dicho que yo no soy un sueño y en caso de que lo sea ¿no tienes miedo a que me evapore entre la lluvia? ¿En dónde me buscarás? Hasta eso, tengo miedo a que nunca me encuentres.

– No entiendo: ¿has llegado a creer que eres un sueño y temes a que yo despierte? ¿Crees que eres producto de mi imaginación entonces piensas que te destruiré? No Andrea, no se destruye lo que se quiere. Mientras no caigamos en la monotonía sobreviviremos. Recuerda: la monotonía destruye.

– ¿Te has vuelto loco? Ya hemos hablado demasiado. Salgamos, aún no ha dejado de llover. Jaime, te amo, por última vez dime que también me amas, que sientes un inmenso amor por mí. ¡Oh! De pronto he dejado de sentirme, ¿por qué, Jaime?

– En otro sueño te encontraré, Andrea, y jamás volveré a despertar, te lo prometo. La monotonía marchita el entusiasmo, te lo advertí, lo destruye.

¡Hasta pronto!