Por: Luis Enrique Arreola Vidal.

México vivió un fin de semana que no se explica: se disecciona.

Mientras el poder desfilaba entre banderas, templetes y discursos ensayados, el país ardía en una de las jornadas más violentas del año.

La 4T quiso celebrar su fuerza; terminó exhibiendo su fragilidad.

EL ZÓCALO: ENTRE LA DEMOSTRACIÓN DE FUERZA Y LA DESESPERACIÓN POLÍTICA.

El Zócalo. Ese eterno escenario de ilusiones colectivas donde cada administración intenta reinventar un país que no existe.

El sábado se armó el circo: acarreados a granel, becarios del Bienestar con mochilas idénticas, maestros sindicalizados, camiones de transportistas y operadores territoriales.

Todos convocados para ovacionar siete años de la “transformación”.

Claudia Sheinbaum, con su tono doctoral, intentó vender un relato: conquistas sociales, pueblo unido, campañas sucias imaginarias.

Pero los millones gastados en logística, no ocultaron el verdadero objetivo: contrarrestar la marcha de la Generación Z del 15 de noviembre.

Esa sí les dolió: jóvenes y no tan jóvenes cabreados, sin filtros, sin incentivos, sin hincarse ante el poder.

Mientras la Presidencia presumía un 78% de aprobación, el país ardía.

Esto no fue respaldo popular.

Fue corporativismo reciclado del PRI de los 80, pero con tintes morenos y presupuesto ilimitado.

EL PAÍS REAL: CARROS BOMBA, ASESINATOS Y AUTORIDADES PARALIZADAS.

Y mientras en el Zócalo se bailaba, la realidad mordía con saña.

Sábado, Coahuayana, Michoacán:
un coche bomba del CJNG explota frente a policías comunitarios.

Seis muertos.

Doce heridos.

Hospitales, comercios y casas destrozadas.

La fiscal Ernestina Godoy publicó “terrorismo” en X.

Horas después, la FGR la desmintió: “delincuencia organizada”.

Contradicción, confusión… o pánico institucional frente a un narco que ya no pide permiso.

Pero aún faltaba lo peor.

Lunes, Ciudad de México:
aparece el cadáver de Brayan Nicolás Vicente Salinas, regidor morenista de Reynosa,
joven, 30 años, activista LGBT+, encontrado ejecutado en el Paseo de la Reforma.

La capital que presume modernidad y progresismo amaneció manchada.

¿Venganza política?
¿Disputas internas?

La investigación abrió como homicidio culposo, pero el hedor a crimen organizado impregnó todo.

Once vidas segadas en 48 horas.

De norte a sur, un país mutilado.

¿Paz de la 4T?

Díganle eso a las viudas.

LA GENERACIÓN Z: EL MIEDO YA NO LOS DOMA, Y LA HISTORIA NO LOS RESCATA.

Celebramos “avances” mientras enterramos jóvenes.

La Generación Z —y los millennials jóvenes— no conocieron a Díaz Ordaz, ni la guerra sucia, ni el salinato, ni el foxismo decepcionante.

Pero sí conocen: Los 200 mil homicidios de la era 4T, los 100 mil desaparecidos, los cobros de piso que ahogan taquerías, talleres, mercados, los feminicidios diarios, y la incertidumbre como forma de vida.

Ellos no cargan las heridas del pasado.

Cargan las heridas del presente.

Y cuando marcharon el 15 de noviembre, recibieron: Gas lacrimógeno, empujones, 120 heridos, 11 quejas formales ante la CNDH por represión, y un gobierno que los llamó “vándalos”.

¿Esta es la transformación?

Esto es autoritarismo con filtro moreno.

Gastar fortunas en el Zócalo para tapar un grito generacional es un error de cálculo monumental.

La lealtad no se compra.
La legitimidad no se simula.
El desgaste no se esconde.

EL RÉGIMEN DE DOS CARAS: FIESTA EN EL CENTRO, FOSAS EN LA PERIFERIA.

La pregunta incómoda, la que quema:

¿qué diablos festejamos?

¿Un gobierno que presume democracia plena pero reprime como en los sesenta?

¿Una Guardia Nacional que no frena balas?

¿Una fiscalía que titubea ante explosivos?

¿Un gabinete que prefiere desmentirse a sí mismo antes que enfrentar la verdad?

Hoy, el 42% de los mexicanos identifica represión sistemática en las protestas.

La libertad de expresión se erosiona.

El miedo regresa como olor viejo y familiar.

México se parte en dos:
• El país de los aplausos, administrado desde el Zócalo.
• El país de las fosas, administrado por nadie.

Los muertos no votan.
Pero sus ecos sí.

¿EN QUÉ NOS ESTAMOS CONVIRTIENDO?

Este fin de semana dejó claro que México está cruzando una línea peligrosa:

Estamos normalizando lo inaceptable.

Normalizamos el acarreo.
Normalizamos la represión.
Normalizamos que se maquille la violencia con eventos multitudinarios.

Normalizamos que la Presidencia ignore un país en llamas.

La 4T prometió esperanza, pero entregó una mezcla tóxica de propaganda, negación y fuerza.

El país vive dividido entre quienes sobreviven y quienes administran la narrativa del triunfo.

La verdadera pregunta no es quién tiene razón.

La verdadera pregunta es:

¿En qué nos estamos convirtiendo cuando el poder celebra mientras el país sangra?

Porque si algo quedó claro es que la siguiente gran marcha en

México no será de acarreados…
Será de indignados.

Y ese día, ningún Zócalo alcanzará.