Victoria y Anexas/Ambrocio López Gutiérrez/

Cuando circuló en redes sociales la versión de que habían encontrado una persona muerta por el rumbo de la Unidad Deportiva Adolfo Ruiz Cortines, los que conocían a Daniel se movilizaron porque recientemente habían notado que el consumo de drogas había mermado su físico. El Dany fue un muchacho victorense alegre y servicial que casi niño se fue a los Estados Unidos donde se aficionó a la búsqueda de paraísos artificiales uniéndose a pandillas latinas que se dedicaban a cometer pequeños delitos para mantener su hedonismo. Pasó su adolescencia en el país del norte pero en un viaje a esta capital su familia le sugirió que se quedara aquí y él obedeció pero siguió con los viejos hábitos que finalmente le llevaron a adelantarse al viaje eterno. Apenas se acercaba a los 45 años de edad.

Horas antes de su muerte, Daniel se encontró con Ernesto, Conrado, Ignacio y Silverio quienes le insistieron para que dejara de drogarse. Muchas veces ellos le habían dado algunas monedas o algún billete para que comiera porque el consumo del cristal transformó al tipo sonriente en un sujeto sombrío, cadavérico que a veces lavaba vehículos para hacer más llevadera su indigencia. Platicaba el Dany que su madrecita le enviaba 200 dólares mensuales pero tenía que jurarle que no se emborrachaba ni se drogaba. Pedía de caridad que le prestaran algún celular cuando sentía la urgencia de hablar a los Estados Unidos donde vive parte de su familia. Él también vivió en Chicago y siempre platicaba anécdotas de su estancia en aquella ciudad idealizada: “Allá me hice adicto a la morfina, me encantaba inyectarme y fumar mariguana. A veces me portaba bien y le decía a mi mamacita que sólo me había chupado unas birongas”.

Horas antes de que le encontraran muerto, El Chicago (así era conocido Daniel) se encontró con sus camaradas que le aconsejaron internarse. Ernesto le dijo: “Mire pinche Dany, usted necesita anexarse para que se limpie de todo el mugrero que se ha metido. Ya no busque pretextos y vaya por ayuda”. Conrado, quien siempre le había ayudado y lo dejaba que lavara su coche aunque anduviera limpio, sacó un billete de veinte pesos y le dijo en tono imperativo: “Tome un micro en la esquina y váyase a la colonia Moderna donde usted dice que hay un albergue cristiano para drogadictos, intérnese, recupérese y cuando salga desintoxicado vaya a sus terapias. Usted ya sabe cómo funciona. Ya sabemos que no le teme a la muerte pero ya deje de temerle a la vida, enfrente su situación con el cristal y con todas las sustancias que tanto daño le hacen”.

Ignacio también le insistió en el sentido de que se internara porque el aspecto del Dany mostraba que había tocado fondo. “Vete a internar y no nos mires así, no te vamos a dar más dinero porque eres capaz de irte a consumir. Silverio, quien se recuperó de su adicción al alcohol y la mariguana también habló con el Dany ese día fatídico: Mira Chicago, tus camaradas te queremos pero necesitas quererte tú. Es cierto que tu familia te ha abandonado pero lo más triste es que tú te has abandonado a ti mismo”.

El día en que El Chicago murió nadie de los Estados Unidos o de México quería acudir a identificar su cadáver. Gervasio, otro de sus camaradas hizo los trámites. Decidieron incinerarlo porque alguien de su familia contó que él deseaba que sus cenizas se esparcieran en la sierra madre. Otra versión es que la urna sería enviada a su madre hasta Illinois. Ignacio promovió una oración por el Dany quien comprobó que las drogas pueden dar placer efímero, pero en exceso, destrozan familias y matan.

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