Polovorín…

José Ángel Solorio Martínez.-

Si uno parte de la idea de que la identidad de los pueblos, en mucho, son sus olores y sus sabores, Río Bravo, Tamaulipas en los años 60, 70 y 80 se identificaba por los bisquetes con mantequilla del Tomys y las gorditas de azúcar del Impala. Ambos bocadillos, siempre acompañados por un aromático e hirviente café servido en gruesos vasos de vidrio.
El Tomys, estaba en la acera norte de la calle principal.
El Impala, en el lado sur de la avenida.
Tomás Goo, un chino cantonés que había llegado al pueblo del lejano oriente de la mano de sus padres, convirtió su negocio –Tomys, que iniciaría décadas antes como El Cantón– en exitoso por sus deliciosos bisquetes. Bocado de Cardenal: humeantes y rellenos de mantequilla de Falfurrias, Texas, se deshacían en la boca llevando al cielo al comensal. La mezcla de ese bocadillo, con el especial e hirviente café con leche, servido en vasos de grueso cristal, era sublime.
¿Quién que probó el sabor del pan del chino Goo, puede olvidarlo?
El Cantón, era el café más grande, de la ciudad. Tendría algunas 20 mesas. Desde la madrugada, lo atiborraban decenas de agricultores y dirigentes sindicales. Sobresalía por su relevancia política, Adauto López, dirigente del sindicato de los trabajadores de la Termoeléctrica. Tenía su mesa reservada por siempre. Puntual, casi despuntando el sol, se posicionaba en su mesa acompañado por una decena de compañeros suyos.
Antes de tomar asiento, uno de sus personeros había ido a comprar El Mañana de Reynosa, La Prensa de Reynosa y El Bravo de Matamoros. Cuando aparecía el líder, esos periódicos estaban ya apilados sobre la mesa y frente a su silla.
Una hora y media, duraba la sesión de lectura.
Bebía café, mientras leía.
Al término de su tarea de informarse, tomaba un bisquete. Lo cortaba a la mitad con un cuchillo metálico y untaba mantequilla a las dos mitades del pan. Nadie comía antes que él; nadie, ojeaba los diarios antes que él. Nadie, se iba de la mesa antes que él.
En el Impala, Salomón López, propietario del restaurante, se metía a la cocina sin prejuicios y a mano limpia amasaba lo que minutos después convertía en las gorditas de harina azucaradas, más deliciosas que se recuerden en el pueblo. Tenían una textura que sólo podía equipararse a una caricia al paladar. Acompañaba a ese insuperable sabor, un olor a vainilla que potenciaba el disfrute de la primera alta repostería aparecida en el mercado riobravense.
El establecimiento de Salomón, era casi la mitad del tamaño del negocio del chino Goo. Eso lo hacía insuficiente. Muchos despistados, llegábamos a las ocho de la mañana; error: a esa hora y no había lugar.
El Impala, era sede de los dirigente de la CTM y de los líderes de la, por esas fechas, la CNC. Una mesa, invariablemente, estaba ocupada por el dirigente obrero Roberto Hurtado; otra, por la dirigencia campesina de la región.
Las vaporosas gorditas, cuya piel parecía la de una vaca pinta de manchas cafés, aderezaban las picantes charlas sobre política de esos representantes del PRI riobravense.
Insuperables, esos diálogos en las mesas del Tomys y del Impala.
Inseparables, esos bisquetes y esas gorditas de esos actores políticos del pueblo.
Nunca en Río Bravo, –como aquellas tres décadas– estuvieron tan unidos la gastronomía y la política.